Page 70 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
P. 70

mi carácter, no se volvían hacia objetivos pueriles, sino hacia un ansioso deseo de
           aprender, aunque no de forma indiscriminada. Confieso que ni la estructura de los
           idiomas, ni el código de los gobiernos, ni la política de los distintos estados tenían
           atractivo para mí. Eran los secretos del cielo y de la tierra lo que yo ansiaba saber; y

           ya fuese la sustancia externa de las cosas, o el espíritu interior de la naturaleza y el
           alma  misteriosa  del  hombre  lo  que  la  ocupara,  mis  investigaciones  se  orientaban
           hacia los secretos metafísicos y físicos del mundo en su más alto sentido.
               Entretanto, Clerval se interesaba, por así decir, en las relaciones morales de las

           cosas.  La  etapa  activa  de  la  vida,  las  virtudes  de  los  héroes  y  las  acciones  de  los
           hombres eran sus temas favoritos, y su esperanza y su sueño estaban en llegar a ser
           uno  de  esos  hombres  cuyos  nombres  se  encuentran  inscritos  en  la  historia  como
           valerosos  y  arriesgados  benefactores  de  nuestra  especie.  La  piadosa  alma  de

           Elizabeth brillaba como lámpara sagrada en nuestro hogar apacible. Su simpatía era
           nuestra;  su  sonrisa,  su  voz  suave,  la  dulce  mirada  de  sus  ojos  celestiales  estaban
           siempre presentes para bendecirnos y alentarnos. Era el vivo espíritu del amor que
           atempera y atrae; yo podía haberme vuelto un ser taciturno por mis estudios, áspero

           por el ardor de mi naturaleza, pero ella estaba siempre a mi lado para aplacarme y
           hacerme adoptar una semblanza de su propia dulzura. Y Clerval, ¿acaso podía abrigar
           mal alguno en el noble espíritu de Clerval? Sin embargo, quizá no hubiese sido tan
           perfectamente  humano,  tan  solícito  en  su  generosidad,  tan  lleno  de  amabilidad  y

           ternura, en su pasión por las hazañas aventureras, si ella no le hubiese hecho ver el
           verdadero encanto de la bondad, y no hubiese convertido el hacer el bien en meta y
           objetivo de su más alta ambición.
               Siento un inmenso placer al demorarme en estos recuerdos de mi infancia, antes

           de  que  la  desventura  infectase  mi  espíritu,  y  cambiase  las  luminosas  visiones  de
           ilimitada utilidad en estrechas y tenebrosas reflexiones sobre la persona. Además, al
           trazar el cuadro de mis primeros años, incluyo también aquellos acontecimientos que

           condujeron, de manera imperceptible, a mi posterior desventura, pues cuando trato de
           explicarme el nacimiento de esa pasión que después dominó mi destino, la veo surgir
           como un río de montaña de fuente innoble y casi ignorada; pero, creciendo a medida
           que  avanza,  se  convirtió  en  un  torrente  que  fue  arrasando  a  su  paso  todas  mis
           esperanzas y alegrías.

               La  filosofía  natural  es  el  genio  que  ha  regulado  mi  destino;  por  tanto,  deseo
           exponer  en  esta  narración  aquellos  hechos  que  condujeron  a  mi  predilección  por
           dicha  ciencia.  Cuando  tenía  trece  años  fuimos  todos  de  excursión  a  los  baños

           próximos a Thonon; la inclemencia del tiempo nos obligó a permanecer un día entero
           encerrados  en  la  posada.  En  esta  casa  encontré  por  casualidad  un  volumen  de  las
           obras de Cornelio Agrippa. Lo abrí con indiferencia; la teoría que intenta demostrar y
           los hechos maravillosos que relata transformaron enseguida mi actitud en entusiasmo.
           Una nueva luz pareció alborear en mi mente; y saltando de gozo, comuniqué dicho

           descubrimiento a mi padre, que miró sin interés la portada del libro, y dijo:



                                             ebookelo.com - Página 70
   65   66   67   68   69   70   71   72   73   74   75