Page 572 - Auge y caída del antiguo Egipto
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actuando  como  regente,  se  mantuvo  cierto  grado  de  estabilidad.  Pero  tras  la
               muerte de esta, en el 176, quienes en la corte apoyaban a los hermanos del rey

               rompieron  su  silencio  y  pronto  forzaron  la  proclamación  de  una  triarquía;  en

               adelante  Ptolomeo  VI,  su  hermana  y  su  hermano  pequeño,  Ptolomeo  VIII,
               reinarían como soberanos conjuntos. Era la receta perfecta para el desastre. Una

               catastrófica Sexta Guerra Siria, durante la cual Ptolomeo VI intentó negociar un

               acuerdo  con  el  enemigo,  hizo  que  este  fuera  depuesto  por  los  enfebrecidos

               ciudadanos  de  Alejandría.  El  rey  seléucida,  Antíoco,  afirmando  actuar  en
               representación  de  Ptolomeo  VI (pero  en realidad interesado únicamente  en su

               propia expansión territorial), sitió la capital egipcia, aunque hubo de interrumpir

               su  campaña  para  abordar  problemas  internos.  Era  aquel  un  cóctel  típicamente
               macedonio  de  rivalidad  entre  hermanos,  ambiciones  territoriales  y  malestar

               autóctono.

                  Aquí entraron en juego los imperturbables romanos para restablecer el orden.

               Cuando Antíoco volvió a atacar Alejandría, en la primavera del 168, después de
               haber tomado ya Chipre y Menfis, y tras haber empezado ya a promulgar reales

               decretos como gobernante de Egipto, Roma intervino decisivamente para evitar

               una unificación de los reinos seléucida y ptolemaico. Unos meses más tarde, a
               principios de julio, el enviado romano Popilio se reunió con Antíoco en un barrio

               de  Alejandría  llamado  Eleusis.  Con  una  cara  dura  impresionante,  el  enviado

               exigió el cese inmediato de las hostilidades y la retirada completa e inmediata de
               las  fuerzas  seléucidas  de  Egipto  y  Chipre.  Intimidado,  Antíoco  accedió

               dócilmente y se fue con el rabo entre las piernas. El «día de Eleusis» pasaría a la

               historia como el momento en el que Roma salvó a Egipto. Pero era un pacto con
               el diablo.

                  Durante el resto del siglo y una tercera parte del gobierno ptolemaico, el poder

               romano, y no el griego, sería el factor clave en los destinos del valle del Nilo. En

               tanto las disputas familiares entre Ptolomeo VI y sus hermanos desgastaban el
               reino, cada vez se solicitaba con mayor frecuencia la intervención de Roma en

               favor de uno u otro bando, lo cual vino a reforzar su completo dominio de los
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