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188 Antoni Gonzalo Carbó | El Azufre Rojo VIII (2020), 153-199. | ISSN: 2341-1368
A cada lado hay doscientos cadáveres decapitados en un océano de
carnicería, pero los amantes ríen y bailan cual miel en su esplendor y
gloria, puesVerdaderamente a Él estamos retornando (Cor. 2:156)»96.
«¡Maravilloso campo de batalla, maravillosos hombres, cada uno go-
zando ante su propia muerte! ¡Haz de tu propia cabeza una pelota
de polo, y luego lánzate al campo de juego!» 97
En El jazmín de los enamorados Rūzbihān habla de «la luz enrojecedora de la preeternidad»:
«Percibí el misterio de la belleza divina en la imponente hermosura de la naturaleza innata
de la imagen de barro de esa novia. En sus labios de rubí prendía la luz de la preeternidad
que atrapaba a los espíritus santos en la trampa fatídica en la que quedan anonadados en el
amor.»98 Y también: «Una noche vi algo que cubría los cielos. Era una luz roja que brillaba.
Pregunté: “¿qué es eso?” Se me respondió: “Es el manto de la Magnif cencia”.» (Dévoilement:
22). Por otra parte, el vino (rojo) representa el amor, el deseo ardiente y la embriaguez espir-
itual, así como la taberna de la unión divina (cf. la Jamriyya de Ibn al-Fāriḍ, o el «vino [del
corazón] enrojecido» de Rūmī): «Una noche, vi un inmenso océano en el seno del mundo
oculto. Era un océano de un vino de color rojo. Entonces vi al Profeta […] Tenía en su mano
una copa llena del vino de este océano» (§ 27). Aquí el océano rojo, imagen recurrente en sus
visiones, simboliza la Majestad divina en la que se «sumerge» el místico a través del Profeta.
En otros dos signif cativos pasajes del diarium spirituale el místico se ve a sí mismo derraman-
do lágrimas de sangre que tiñen igualmente su rostro de rojo, como los mártires. El amante
hace y rehace constantemente sus abluciones con el agua de sus lágrimas, por menos que él
se bañe en la sangre del corazón :
99
«Luego me vi sentado en el patio de [mi] ḫānaqāh [en Shīrāz] y la
Verdad –gloria a Él– vino en esa forma, incluso con mayor hermosu-
ra, y con Él había multitud de rosas rojas. Él las derramó ante mí100,
y yo estaba en la morada de la intimidad y el gozo, y mi espíritu esta-
ba en una situación tal que me derretí. […] Y en un momento dado,
ascendí al empíreo más lejano, donde vi a los profetas, los amigos de
96 D 18700-01.
97 D 19402.
98 Rūzbihān, Kitâb-e ‘Abhar al-‘âšiqîn, § 16; El jazmín de los enamorados, c. 1, p. 20.
99 Cf. L. Massignon, La passion…, o.c., t. I, pp. 599-600.
100 Cf. ‘Aṭṭār, Ilāhī-nāma; Waṣlat-nāma, Teherán, 1957, v. 168, donde añade: «la sangre es el sudor
de los bravos»; Uštur-nāma, ed. de M. Muḥaqqiq, Teherán, 1960, pues la sangre de Ḥallāǧ proclama
«Anā l-Ḥaqq» («yo soy la Verdad»), momento en el que un sālik le arroja una rosa escarlata.