Page 177 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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sentirlas Pompeyo cuando, un año después de estos acontecimientos,
desembarcara victorioso en Brindisi.
Si hemos acusado de miopía política a Catilina en la valoración
de las fuerzas que creía poder levantar con su acción, no menos habría
que responsabilizar a Cicerón del mismo defecto. Es cierto que en la
confrontación con Catilina, el cónsul demostró una táctica superior y,
sobre todo, utilizó toda la riqueza de sus aptitudes oratorias con ins
tinto seguro para desvelar ante el senado las intenciones reales del
conspirador y ponerlo contra las cuerdas. Pero la obsesión por consi
derar a Catilina y a sus cómplices como los responsables de todos los
disturbios, de todos los males de la República, le ha restado perspecti
va política para comprender que, de los grupos que ponían en cues
tión el dominio de las grandes familias, el de Catilina era el más débil
y, por tanto, el menos peligroso. Todo el potencial que se había ido
decantando desde los años 70 y que se enfrentaba al viejo orden res
taurado por Sila, permanecía intacto. Una vez más, ese orden ha vuel
to a vivir una efímera ilusión, cubriendo la inquietante realidad con
un supuesto velo de autoridad y seguridad. Cierto que, al valorar el
contenido revolucionario de la conjura y hacerla fracasar, ha podido
frenar y desacreditar otras acciones de la oposición. Pero se ha dejado
arrastrar por la falsa impresión de que esa autoridad podía ser suficien
te para contrarrestar cualquier peligro en el futuro.
, Por un lado, la conjura de Catilina, con sus ribetes de sedición so
cial, había conseguido desacreditar por asociación a cualquier otro re
formador, no sólo ante el senado, sino también ante las clases acomo
dadas extrasenatoriales, especialmente los grupos ecuestres; por otro,
la precipitada acción de un agente pompeyano, Metelo, de lograr para
su líder un nuevo poder extraordinario, fue vista por el senado, en el
caldeado ambiente del momento, como un intento de Pompeyo de
preparar un golpe de Estado. El general, que esperaba regresar en loor
de multitud, se encontraría con un senado hostil, orquestado por sus
enemigos, la suspicacia de los grupos ecuestres y el propio desconcier
to del pueblo, sometido a una refinada campaña en su contra. Esta ac
titud suspicaz e intransigente quitó a Pompeyo la esperanza de lograr
por el camino constitucional sus dos principales aspiraciones: la ratifi
cación de las medidas tomadas en Oriente y la asignación de tierras de
cultivo a sus veteranos. Frente a sus deseos originales de colaboración
y entendimiento con el senado, la factio más agresiva de la cámara, cre
cida por el éxito contra Catilina y acaudillada, no por Cicerón, sino
por Catón, no dejó otra alternativa a Pompeyo que el retomo a la vía
popular. Si bien los populares activos en Roma se agrupaban en las filas
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