Page 176 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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te de Pompeyo, con un ejército entrenado y victorioso. La miopía po­
       lítica ha conducido a Catilina a valorar la situación sólo en el estrecho
       marco de las intrigas y rivalidades de los círculos dirigentes y a lo más
       a considerar que, en la miseria social imperante en toda Italia, un gol­
       pe de mano frío y calculado, adobado con promesas de mejoras eco­
       nómicas para los estratos más débiles de la población, podría arrastrar
       hacia su bando a amplias masas. Pero estaba aún demasiado vivo el re­
       cuerdo de los días de Sila y los horrores de la guerra civil para prestar
       oídos a los cantos de sirena de una nueva aventura incierta. Todavía
       menos la preocupación generada por las intenciones  subversivas  de
       Catilina —prematuramente desveladas— tuvo la virtud de aunar vo­
       luntades  políticas,  en principio  divergentes,  ante  un  peligro  que  se
       consideraba  común.  Así,  Catilina,  involuntariamente,  consiguió  lo
       que ningún  otro  político  de los  años  precedentes  había logrado:  la
       unidad  de la clase dirigente,  cierto que transitoria. No  fue otro  que
       Craso, su ex protector, el que informó a Cicerón del planeado atenta­
       do, lo que permitió tomar las contramedidas precisas antes de que Ca­
       tilina y sus seguidores pudieran siquiera dar comienzo a su acción. Los
       acontecimientos siguientes, elevados por Cicerón a las alturas de una
       tragedia griega, con él mismo como héroe protagonista, no pasaron ya
       de la categoría de modesto esperpento. Sólo el heroico final de Catili­
      na en Pistoya, que ni siquiera sus propios adversarios pudieron silen­
      ciar, presta grandeza al autor de un proyecto infantil e inviable.



      El significado de Catilina en la crisis de la República

          La revuelta de Catilina no dejó huellas tras su aplastamiento, si ha­
      cemos excepción de las bandas desperdigadas por Italia, que, dedica­
      das al bandidaje, serían controladas en los años  siguientes.  Cicerón,
      sin embargo,  hizo  de  ella la acción  culminante  de  su vida política,
      magnificando su alcance y, en correspondencia, la importancia de sus
      servicios a la República. En particular, se enorgullecería de haber con­
      tribuido a la colaboración y apoyo de la clase de los caballeros, con los
      que tantos lazos mantenía el cónsul, como en tantas otras ocasiones,
      prestos a olvidar sus contrates con el ordo senatorial cuando se corría
      el peligro de un atentado a sus intereses materiales. Esta colaboración
      transitoria, pomposamente bautizada por Cicerón como concordia or­
      dinum., era, sin embargo, tan efímera como la ocasión que la había pre­
      cipitado. Pero dio al senado, vencedor de Catilina, una impresión de
      fuerza y cohesión, de autoridad y dignidad, cuyas consecuencias iba a

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