Page 175 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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Finalmente,  por lo  que respecta a los  esclavos,  su  escasa o nula
       participación se deduce de algunos datos seguros. Apenas son mencio­
       nados por Cicerón y Salustio, que, en caso contrario, habrían insisti­
       do mucho más sobre este punto. La asociación de esclavos a un mo­
       vimiento insurreccional, en la ética social romana, era razón suficien­
       te  para  descalificarlo  a  los  ojos  de  todos  los  ciudadanos  libres,
       incluidos los más pobres. Pero además sabemos que el propio Catili­
       na rechazó a los esclavos fugitivos que habían afluido al campamento
       de Manlio en Etruria, considerando que era contrario a su interés dar
       a ver que había asociado la causa de los ciudadanos con la de los es­
       clavos fugitivos. No es verosímil, pues, que Catilina haya promovido
       una insurrección servil para luego negarse a acoger a los esclavos tráns­
       fugas en su ejército.
          Pero, por encima de los estratos populares, base necesaria de apo­
       yo, el golpe de Estado suponía, sobre todo, la participación o la cap­
       tación de las clases superiores, de la minoría dirigente. Sabemos que al
       frente de la conjura, junto a Catilina, había otros nobles de familias
       ilustres, como P. Comelio Léntulo, cónsul en el 71, C. Cornelio Cete-
       go, L. Casio Longino o Publio y Servio Sila. Si la tradición hostil los
       presenta como una depravada jeneusse dorée,  agobiada por las deudas,
       que esperaba salvarse de la bancarrota con la cancelación de las deu­
       das y la revolución, la motivación apenas puede considerarse más que
       una acusación infamante, un lugar común en la lucha política, lanza­
       do contra el adversario. Por encima de las dificultades financieras, pa­
       rece claro que la principal condición común que unía a los conjura­
       dos era el deseo de alcanzar el poder por una vía extraconstitucional,
       una vez cerradas las legales, como consecuencia de la frustración en
       sus esperanzas producida por el transitorio abandono de su líder, Cra­
       so, de la línea política en la que se integraban, recompuesta por Cati­
       lina bajo su propia dirección.
          Por lo que respecta al plan material de la conjura, no se trataba de
       ninguna novedad en la turbulenta trayectoria de la vida política roma­
       na desde la guerra social.  Con una base urbana, podían encontrarse
       ejemplos similares en la actividad de Sulpicio Rufo, de Cinna, de Ma­
       rio, o, más recientemente y, en cierta medida, en el fracasado levanta­
       miento de Emilio Lépido del año 77. Pero lo que entonces parecía po­
       sible o, al menos, era susceptible de ofrecer ciertas garantías de éxito,
       en la coyuntura del momento sólo podía calificarse de descabellado.
       Restringir a Italia el golpe de estado era condenarlo al fracaso, ya que
       las provincias estaban todas en manos de gobernadores senatoriales,
       pero, sobre todo, se esperaba en Roma el inminente regreso de Orien­

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