Page 171 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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dos para siempre entre las interesadas deformaciones de nuestras fuen­
       tes de documentación. La conjura se concretaría en un levantamiento
       armado, que, en fecha determinada, habría de estallar simultáneamen­
       te en varios puntos de Italia y, entre ellos, Etruria, donde uno de los
       conjurados, Manlio, contaba con numerosos partidarios. De ahí la re­
       volución debía prender en Roma, donde el asesinato del cónsul Cice­
       rón daría la señal del golpe de estado y del asalto al poder.
          Podemos  pasar  rápidamente  por  los  detalles  del  desarrollo  del
      putsch, conocidos casi hora por hora, hasta su trágico final, gracias a la
       desorbitada y, no habría que volver a repetirlo, deformada documen­
       tación de Cicerón y Salustio, para detenernos en algunos de sus aspec­
       tos y problemas más relevantes desde el punto de vista histórico.
          El plan de Catilina era lo suficientemente descabellado e ingenuo
       para que  el propio  ex protector de  Catilina,  Craso,  al tener conoci­
       miento del mismo, lo denunciara secretamente a Cicerón,  que, con
       las pruebas en la mano, descubrió ante el senado el complot el 21  de
       octubre. Con el poder del senatus consultum ultimum, concedido por la
       cámara a los  cónsules,  no  había posibilidad  de poner en marcha el
       movimiento, mientras Cicerón, en los días siguientes, aislaba a Catili­
       na en el senado, a pesar de las demostraciones de inocencia del cons­
       pirador, hasta lograr su marcha a Fiesole, al lado de Manlio. Los encar­
       gados de encender la revuelta en la urbe, ante las medidas militares de­
       terminadas por el senado, que había ordenado a los comandantes con
       imperium realizar levas y asegurar los puntos de Italia en los que se te­
       mían disturbios, hubieron de retrasar sus planes, mientras  el propio
       Catilina fracasaba en su intento de tomar la plaza de Preneste. Final­
      mente, la noche del 5 de noviembre, Catilina preparó una reunión de
       sus cómplices en Roma, en la que se decidió la fecha del día 7 para la
       acción, que volvió a fracasar como consecuencia de una irreflexiva ini­
       ciativa de los conjurados por atraer a su causa a unos delegados galos,
       de la tribu de los alóbroges, a la sazón en Roma, que denunciaron los
      planes.  Como  consecuencia  de  ello,  los  principales  conjurados,  a
       excepción de Catilina, que había regresado a Etruria, fueron encarce­
      lados, mientras Cicerón, en el cénit de su carrera, recibía el reconoci­
      miento público por sus servicios. Dos días después, se decidió en el se­
      nado la pena de muerte para los encarcelados, en parte a consecuen­
      cia  de  la inflexible  actitud  de  Catón y a pesar del brillante intento
      oratorio de César por salvar sus vidas, con el riesgo de la suya propia,
      en la general indignación contra los culpables del fracasado complot.
      Catilina, desde Etruria, al conocer la suerte de sus compañeros, y qui­
      zá aún a sabiendas del fracaso final, decidió la rebelión abierta con los

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