Page 169 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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tro entre los optimates y Pompeyo, el magnate se vino a encontrar en
un callejón sin salida: una coalición con Pompeyo en ese momento
era tan imposible como una alianza abierta con la nobleza. Y la terce
ra salida, la participación activa en la lucha política con un programa
propio, como en el año precedente, no hubiera significado otra cosa
que hacer el juego a los círculos moderados que, como Cicerón, ve
nían trabajando desde tiempo para un arreglo entre Pompeyo y la no-.
bleza. Craso así se vio forzado a mantenerse al margen y esperar pru
dentemente el desarrollo de los acontecimientos.
Pero su actitud no fue comprendida por los elementos más radica
les de sus partidarios, aquellos que no contaban con progresar al lado
del senado o de Pompeyo, que se vieron —en parte, con razón— frus
trados en sus esperanzas. Y en este punto entró en juego Catilina, que
reunió en tomo suyo a los descontentos, presentándose como el líder
con quien progresarían. De este modo, frente a las tres grandes ten
dencias que dominaban la escena política desde el año 66 —el sena
do, Pompeyo y Craso—, vino a formarse una cuarta, quizás numéri
camente débil, pero animada por una explosiva carga de apasionada
agitación en favor de exigencias radicales.
El programa politico de Catilina
La miseria social que atenazaba Italia ofrecía suficientes puntos de
apoyo para desplegar un terrorismo verbal de ecos revolucionarios,
que Catilina esgrimió en la lucha electoral. En su programa, radical
mente democrático, se declaraba defensor de los pobres contra los ri
cos, presentándose como paladín de un partido del pueblo contra el
senado. Dos fragmentos de sus discursos, citados por Cicerón, de los
que no hay razones para dudar de su autenticidad, ejemplifican clara
mente tanto la cobertura ideológica como el auténtico trasfondo de
su acción. En el primero, pronunciado en privado ante sus seguidores,
afirmaba que «sólo puede ser defensor de los pobres aquel que es po
bre: los que han sufrido heridas y son pobres no deben creer en las
promesas de los sanos y pudientes... el que sea jefe y paladín de los
desgraciados no debe tener temor y debe ser muy desgraciado» (Cic.,
Pro Mur. 25, 50). Esta defensa de los pobres, en el programa electoral
de Catilina, se concretaba en una propuesta de cancelación de las deu
das, medida radical que habitualmente no había pertenecido al baga
je de las reivindicaciones populares, pero que, sin duda, constituía un
mal crónico que explotaba repetidamente con violencia y que podía
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