Page 168 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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que fue el más famoso el llevado contra un viejo miembro de la oli
garquía, Rabirio, culpable de haber causado la muerte del tribuno Sa
turnino treinta y siete años atrás. Sin duda, la acusación era contingen
te, y no era la condena de Rabirio la meta perseguida, sino un frívolo
juego de contenido político-ideológico en torno al derecho de apela
ción popular y al contraste entre la libertas y los derechos del populus
frente a las prerrogativas de la alta cámara. César se estaba destacando
del resto de los políticos oportunistas a la sombra de las grandes per
sonalidades, con un juego independiente, mientras Craso, sin una lí
nea política precisa, perdía las ocasiones en palos de ciego, con el úni
co propósito de crearse una posición comparable a la de Pompeyo.
Así, César supo conciliar su participación en el proyecto de lex agraria
en apoyo de Craso con una actitud favorable a Pompeyo, que demos
tró en su apoyo al tribuno propompeyano T. Labieno, es cierto que
con una ganancia inmediata como fue su elección al más alto sacerdo
cio de Roma, el pontificado máximo.
L a conjura de C atilina
Pero en este cargado 63, en el que, entre las complicadas contro
versias políticas, parece descubrirse una nerviosa impaciencia por soli
dificar posiciones ante el inmediato regreso de Pompeyo, que para al
gunas mentes podía resucitar el recuerdo de la vuelta de Sila, todavía
faltaba por producirse el episodio sin duda más famoso del año, la
conjuración de Catilina.
La ocasión del complot la ofreció la fracasada candidatura de Ca
tilina al consulado para el año 62, que se explica en el movimiento ex
perimentado a lo largo del 63 en la relación de las fuerzas políticas.
Mientras, como hemos visto, Craso perdía la iniciativa, en especial
tras el fracasado proyecto agrario de Rulo, resurgía la actividad de los
agentes de Pompeyo, a los que César continuó secundando. Pero tam
bién la propia nobilitas se manifestaba, bajo el consulado de Cicerón,
dispuesta al contraataque en ostensivas acciones, como la concesión
del triunfo a Lúculo por sus campañas contra Mitrídates, ahora que
Pompeyo estaba a punto de regresar de Oriente reclamando la misma
gloria, y en la presentación a la candidatura consular de Murena y Ju
lio Silano, dos ex lugartenientes de Lúculo y, por ende, antipompeya-
nos. En estas circunstancias poco podía esperar Catilina de su princi
pal apoyo, Craso.
Mientras la lucha política se iba enconando hacia un gran encuen-
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