Page 170 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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encontrar amplio eco en buena parte del electorado. Probablemente,
       con la cancelación de las deudas, el programa prometía, como afirma
       Dión Casio, una redistribución de tierras, aunque no, sin duda, otras
       medidas más radicales, que le achaca Cicerón, como la proscripción
       de los ricos y el asalto a las magistraturas y los colegios sacerdotales,
       apenas creíbles en un conjunto de promesas electorales públicas. Pero
       más que en estas promesas, al fin y al cabo dentro de la línea del pen­
       samiento popular, debieron ser serio motivo de preocupación las abier­
       tas intenciones revolucionarias, teñidas de violencia, con las que Cati­
       lina justificó su acción ante el propio senado: «el Estado consta de dos
       cuerpos, uno débil, con una cabeza vacilante; el otro fuerte, pero sin
       cabeza; al segundo esta cabeza no le faltaría mientras él estuviera vivo»
       (Cic. Pro Mur. 25, 51; Plut.  Cic. 14,2). La imagen no daba lugar a du­
       das. El cuerpo débil era el pequeño grupo de nobiles, dirigido por Ci­
       cerón, el cónsul en ejercicio, al que se enfrentaban fuerzas, superiores
       en número y capacidad de acción, que sólo necesitaban un dirigente
       apropiado para hacer cumplir sus deseos. Era, sin más, una contesta­
       ción abierta a la fúndamentación legal del poder del senado, a la do­
       minación de la factio paucorum,  impuesta en última instancia por la
       brutal fuerza militar de Sila y de la que se ponía en cuestión su legiti­
       midad para representar al Estado.
          Catilina descubrió prematuramente su juego con estas fanfarrona­
       das subversivas, que, con el senado, alertaron a amplios círculos de la
       burguesía acomodada sobre lo que podía esperarse de su victoria y, en
       consecuencia, permitieron aunar las fuerzas encaminadas a derrotarlo.
       Catilina fue objeto de las maniobras obstruccionistas y de la campaña
       de propaganda terrorista de Cicerón, que llegó a presentarse a las elec­
       ciones enfundado en una coraza y rodeado de una escolta de caballe­
       ros para mostrar el peligro que corría su vida. Y, finalmente, Catilina
       fue derrotado con las mismas armas que el senado poco antes había
       intentado, con una severa ley, retirar de la palestra ante el peligro de
       su utilización por el candidato: la corrupción electoral, llevada a cabo
       en gran escala por los candidatos del partido senatorial, Murena y
       Silano.



       La conjura

          Desvanecida así por tercera vez la esperanza de obtener el poder
       por vía legal,  Catilina preparó con sus seguidores el golpe de estado
       que había de hacerle famoso. Sus propósitos reales quedarán oscureci­


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