Page 166 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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moral del abogado, que, alabado por su valiente acusación de un in­
       dividuo tan corrupto como Veyes, no tuvo poco después escrúpulos
       en defender,  con éxito,  al año siguiente,  a Fonteyo, un rufián  de la
       misma calaña, acusado de idéntico crimen de extorsión a los provin­
       ciales.  Cicerón no obraba de forma diferente al resto de los jóvenes
       con ambiciones políticas, que, en su caso, sin el lustre de una familia
       de la nobilitas y sin recursos financieros, imponía mayores dosis de as­
       tucia y falta de escrúpulos. Su carácter de intruso en una oligarquía ex­
       clusivista y las humillaciones y obstáculos impuestos por la nobilitas,
       empujaron a Cicerón hacia la oposición moderada, que, en el contex­
       to  político  de la Roma postsilana, pretendía reformas  a la constitu­
       ción. Pero su propio carácter de homo novus le obligaba a una infinita
       prudencia, que, en muchos casos, podía interpretarse como inseguri­
       dad, incongruencia o, peor aún, oportunismo. Cicerón manifestó en
       la decisiva ocasión de la lex Manilia su apoyo a los intereses de Pom­
       peyo, pero, al propio tiempo, procuró no turbar la susceptibilidad de
       sus adversarios. Y ello, naturalmente, si le permitía flotar en los com­
       plicados juegos de la política, no contribuía precisamente a que gana­
       se amigos.  El pasado propompeyano  del ya senador pretorio,  en el
       contexto de las elecciones del 64, fue sacrificado a la posibilidad de
       convertirse en el candidato principal de la alta cámara. Cicerón, con
       la obsesión de sentirse integrado en el senado y luchar desesperada­
       mente por el reconocimiento pleno en el campo de la nobilitas, apro­
       vechó la oportunidad optimate con los ilimitados recursos de su ora­
       toria.
          Los resultados de la elección, sin embargo, permanecieron duran­
       te mucho tiempo inciertos.  Si Cicerón contaba con las simpatías de
       todos los grupos moderados, de los partidarios de Pompeyo y de una
       parte de la nobilitas, Catilina era un peligroso candidato. Como perte­
       neciente  a  la  nobleza  patricia,  era  visto  con  buenos  ojos  por  una
       parte de los más altos círculos, contaba con amigos y apoyos de su pa­
       sado silano, y su vitalidad y energía, desplegada en los mítines electo­
       rales, podía ejercer, sobre todo ante la juventud, una evidente fascina­
       ción. Pero, sobre todo, tenía detrás a Craso, con sus ilimitados recur­
       sos y su  decidida apuesta por sacar adelante una candidatura,  de la
       que esperaba sustanciosas ganancias, que le permitiesen enjugar sus re­
       cientes fracasos políticos. Quizá la mejor prueba, tanto de estas posi­
       bilidades como del cuestionable nivel político de la pugna electoral, la
       constituya la transitoria intención de Cicerón de aliarse con Catilina
       frente a Antonio.
          En la batalla  electoral  del  64, los  candidatos  trataron de  arrojar

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