Page 167 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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toda la basura posible sobre el contrario, y, en este sucio juego, termi­
      nó venciendo la más afilada lengua del arpíñate. El discurso improvi­
      sado in toga candida ante el senado, en el que Cicerón, envuelto en la
      blanca toga del candidato, se recreó en el oscuro pasado silano de su
      contrincante, insistiendo en el recuerdo del asesinato de Mario Grati­
      diano, con sus horrorosos  detalles, le proporcionó la confianza y el
      apoyo senatorial. De nada sirvieron las réplicas de arrogante desprecio
      de quien se consideraba representante de la tradición nobiliaria contra
      el advenedizo homo novus. El ominoso pasado de una época, que se
      pretendía enterrar entre sonados procesos contra comprometidos sila­
      nos, y el miedo general a despertar los horrores de la guerra civil con
      su siniestro corolario de proscripciones, resultaron fatales para Catili­
      na. Los comicios centuriados elegieron cónsul a Cicerón, con Anto­
      nio como colega.
         La derrota de Catilina no era también menos la de Craso, que ha­
      bía apostado por él y, en parte, las diatribas contra el frustrado candi­
      dato al consulado buscaban acertar al magnate. Pero el parcial fracaso
      en las elecciones consulares no detuvo los proyectos de Craso y los
      otros coaligados antisenatoriales, entre los que no parece existir duda
      que se encontraba César. Su punto de acción fundamental fue la pro­
      puesta de una vasta ley agraria, presentada ante la asamblea a finales
      del 64 por el tribuno P. Servilio Rulo. La rogatio reunía propósitos so­
      ciales de gran alcance con intenciones puramente políticas de concen­
      tración del poder. En efecto, el proyecto suponía la creación de una
      comisión de diez miembros, elegidos por el pueblo, a la que se conce­
      día durante cinco  años  un poder pretorial ilimitado  e irresponsable
      para vender los grandes dominios del Estado en las provincias y finan­
      ciar con ello la compra y el reparto de tierras de colonización en Ita­
      lia. El control de la comisión,  que esperaba obtener Craso, suponía
      una concentración de poder superior a la del senado y a la misma que
      todavía disfrutaba Pompeyo, ya que significaba el monopolio de to­
      das las  competencias  en el ámbito de la colonización, precisamente
      cuando, con el pronto regreso de Pompeyo de Oriente, se plantearía
      la cuestión de asegurar una acomodación a sus veteranos.
         El fulminante contraataque del cónsul electo, Cicerón, en forma
      de tres discursos de lege agraria, dejó suficientemente al descubierto los
      verdaderos propósitos de la camarilla que se encontraba tras Rulo, y el
      proyecto fue retirado.
         Pero esta derrota no paralizó las acciones de los populares, en las
      que César empezó a significarse con una febril actividad, enfrentado
      ahora al cónsul de la nobilitas, Cicerón, en una serie de procesos, de los

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