Page 164 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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do edil curul, pero en el consulado los distintos candidatos populares
      que se presentaban, conexionados a Craso o Pompeyo, íúeron venci­
      dos, con procedimientos no muy claros —los elegidos originariamen­
      te quedaron eliminados por supuesta corrupción durante las eleccio­
      nes—, por L. Manlio Torcuato y L. Aurelio Cota. La candidatura de
      Catilina,  que,  mientras tanto, había regresado  de África,  ni siquiera
      fue aceptada, como consecuencia de un proceso de repetundis, que se
      le incoó poco antes de su llegada a Roma a instancias de los provin­
      ciales por sus supuestas malversaciones durante su periodo de gobier­
      no. La línea política en la que Catilina había progresado desde sus co­
      mienzos, al lado de la aristocracia senatorial, pareció así derrumbarse.
      Sin duda, era una novedad que la factio paucorum, tras los años de co­
      rrupción siguientes a la muerte de Sila, tomara en serio una acusación
      contra uno de sus miembros, pero, tras la derrota sufrida poco antes
      en el proceso contra Verres y con el aumento de la agitación popular,
      se encontraba arrinconada a la defensiva y dispuesta a dar la menor
      ocasión posible de ofrecer puntos de ataque a la oposición. Contra sus
      cada vez más activos rivales, la postura más coherente parecía mante­
      nerse  en la más  estricta legalidad y fundamentar el reconocimiento
      real de su poder en el respeto  escrupuloso a la ley vigente. Así dejó
      que el proceso político siguiera su curso, mientras Catilina, al compro­
      bar con desencanto que la oligarquía ya no le apoyaba, interpretó el
      gesto de prudencia como traición. La consecuencia lógica sólo podía
      ser la búsqueda de otras fuerzas políticas que lo arroparan, y ello sólo
      podía empujarle al bando de Craso. La ocasión de pescar en aguas re­
      vueltas parecía especialmente favorable en la turbulenta coyuntura de
      la segunda mitad del 66: una coyuntura mediatizada por un complot,
      cuyo auténtico alcance está irremediablemente perdido en la tradición
      confusa de la nerviosa atmósfera del momento y en las  interesadas
      acusaciones a políticos prominentes.
         Al parecer, el día de la entrada en óargo de los nuevos cónsules,
      el 1  de enero del 65, los candidatos recusados por corrupción —Au­
      tronio y Sila— tramaron, con la connivencia de otros conjurados, el
      asesinato de Manlio y Aurelio y el asalto al poder. El golpe, sin embar­
      go, fracasó, así como un segundo intento un mes más tarde. Una gran
      parte de la tradición, en la que se incluye Cicerón y otros propagan­
      distas anticesarianos, señalaría como instigadores a Craso y César, con
      la acusación de que, una vez realizado el complot, Craso habría sido
      nombrado dictador y César su lugarteniente.  Catilina habría tenido
      en el asunto un papel director, a la cabeza de una tropa de esclavos.
      Las circunstancias de la conjura, a la que comúnmente se llama «pri­

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