Page 159 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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der, al controlar, en manos de leales miembros, los consulados de los
años siguientes. Fue una ilusión efímera, a la que puso término la efec
tiva acción de dos tribunos de la plebe, Gabinio y Manilio, que, ac
tuando como agentes de Pompeyo, lograron arrancar para él la conce
sión de imperia extraordinarios con los que se convirtió en el hombre
más poderoso de Roma. Era evidente que las reformas introducidas
en el año 70 generaron nuevos contrastes en la política interior,
pero, sobre todo, mejores posibilidades para la lucha política, como
consecuencia de la plena rehabilitación del tribunado. Parecía que la
política volvía a los cauces tradicionales, anteriores al golpe de esta
do de Sila, con caracteres, por así decirlo, anacrónicos. Era, sin em
bargo, una falsa impresión. Estos tribunos ya no actuaban a impul
sos de iniciativas propias, en la tradición del siglo II, sino como me
ros agentes de las grandes individualidades de la época y, en
concreto, de Pompeyo.
En la emulación suscitada entre los cónsules del año 70, Pompe
yo, como hemos visto, resultó vencedor, al contar con unos agentes
más activos, que prepararon el terreno para la concesión a su líder, pri
mero, de un imperium extraordinario proconsular, con amplios pode
res y gigantescos medios militares para luchar contra la piratería en el
Mediterráneo, y luego de otro, para conducir la guerra contra el viejo
enemigo de Roma en Oriente, Mitrídates del Ponto, que contenía un
potencial de autoridad aún superior, con una concentración de pode
res insólita y al margen de todas las previsiones de la constitución.
El control de la política por parte de la Pompeii manus y de sus sim
patizantes y colaboradores, con propósitos individualistas más o me
nos solapados, no era, sin embargo, total en la primera mitad de los
años 60. Si habían logrado controlar el tribunado de la plebe y, a tra
vés de éste, la asamblea popular, el senado o, más activamente, la oli
garquía silana contaba con recursos igualmente poderosos para lograr
un equilibrio e, incluso, una victoria. Era éstos los comitia centuriata,
donde la ordenación timocrática de los votantes daba la mayoría in
defectiblemente a los estratos acomodados, lo que aseguraba, en gene
ral, las altas magistraturas, elegidas en esta asamblea, y las cortes crimi
nales, antes como ahora medio normal de lucha política.
Pero en los años centrales de la década de los 60, además del blo
que senatorial, con sus contradicciones y disputas de facciones inter
nas, frente a la Pompeii manus, crecida por los éxitos que contemporá
neamente alcanzaba en Oriente su líder, aparece una tercera fuerza,
aglutinada y dirigida por el gran perdedor del 70, M. Licinio Craso,
que buscaba crearse, aprovechando la ausencia de Pompeyo, una po
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