Page 154 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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recompensas, Sila emprendió una reforma del Estado, que afectaría a
      magistraturas y sacerdocios, a la vida provincial y al campo del dere­
       cho. Su intención no parece existir duda de que perseguía un aumen­
       to y fortalecimiento del poder del senado, en cierto modo restituyen­
       do la constitución tradicional. Pero esta compleja obra no era tan sus­
       tancial como, en principio, podía parecer, ni manifestaba una aguda
      visión de futuro. Fruto, a pesar del aparente radicalismo de su puesta
       en práctica, de un compromiso, no podía aspirar a otra cosa que ser
      un expediente provisorio, al margen de la evolución de la sociedad,
      pero, sobre todo, de la insistente presión extrasenatorial por una par­
      ticipación en la res publica.
          Sila devolvió al senado, prácticamente recreado por su voluntad,
      el control del Estado, sin preocuparse suficientemente, al propio tiem­
      po, de las fuerzas que, con mayor insistencia, habían ido minándolo,
      los personalismos y las ambiciones individuales de poder. El patrona­
      to de Sila sobre el nuevo senado viciaba ya de entrada el renacimien­
      to de la institución, condenándola para siempre a no poder prescindir
      de esta protección. Bastaba que surgieran distintos individuos que pre­
      tendieran arrogársela para desatar de nuevo los peligros de la guerra ci­
      vil. Pero esta posibilidad era aún mayor si, además, tales individuos es­
      taban en la disposición de lograr un poder real en que fundamentar
      sus pretensiones. Sila, que se había preocupado tanto del senado, no
      actuó o lo hizo débilmente sobre la reglamentación de los ejércitos,
      en cuanto a levas y licénciamiento. Y, por ello, ya no dejará de pesar
      nunca sobre la res publica el peligro de una dictadura militar, que  el
      propio Sila había dado a conocer.
          Quizá sea ésta la mejor caracterización del régimen silano. Sila jus­
      tificó sus poderes dictatoriales en una guerra civil, pero nada supone
      que quisiera hacerlos permanentes. Su dictadura no excluyó el estable­
      cimiento de un sistema constitucional, en el que, por supuesto, se ma­
      nifestó la voluntad del dictador. Y esta voluntad estuvo mediatizada
      por la formación política y por las limitaciones de entorno de un in­
      dividuo, que, hecho en los campos de guerra, confió siempre más en
      las imposiciones que en el desarrollo armónico de las fuerzas políticas
      y sociales. Estas imposiciones, basadas en la destrucción física del ad­
      versario, habían de manifestar mucho más sus aspectos negativos que
      los supuestos positivos de restauración y orden. El terror de los asesi­
      natos  a  sangre  fría,  la  suma  de  crímenes y atrocidades,  encubiertos
      bajo el signo de la restauración, la imposición de una estabilización
      social sobre las espaldas de los vencidos, eran la mejor garantía del fra­
      caso a que estaba destinado el régimen. Sin duda, no toda la inmora­

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