Page 153 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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en la vida civil. Era muy fácil para el caudillo darse cuenta de la posi
bilidad de utilización de este ejército para sus propios fines: estaban
dados todos los presupuestos para los ejércitos revolucionarios de las
guerras civiles.
En este contexto vino a estallar el primer grave conflicto armado
en el interior de Italia a causa del problema itálico, la llamada «guerra
social», entre 91 y 89 a.C. Se trató de una auténtica guerra civil, ya que
todos aquellos itálicos que durante más de dos siglos habían participa
do, codo con codo, con ciudadanos romanos, en todas las empresas
bélicas de Roma eran ahora sus enemigos, por la negativa de la direc
ción política romana a reconocerles el derecho de ciudadanía. En esta
guerra se llevaron las armas contra compañeros, pero además existían,
en una situación política recalentada por la crisis económico-social
producida por la guerra, ejércitos en armas, que cualquier chispa po
día poner en movimiento para inclinar hacia un lado preciso los asun
tos internos de la República.
La dictadura de Sila
Es en este ambiente donde surge la figura de Sila. Aristócrata por
instinto y por convencimiento, odiaba a los elementos populares, per
sonificados en la cabeza de Mario. Cuando no estaban aún apagados
los últimos rescoldos de la guerra social surgió la necesidad de llevar
la guerra a Oriente, para la lucha contra Mitrídates del Ponto. Aunque
se dio a Sila el mando de las tropas para la campaña, un decreto po
pular, a instigación de Mario, arrancó de manos de Sila la dirección de
la guerra para ser ofrecida al caudillo popular. La reacción del aristó
crata fue fulminante: preparado ya para partir, expuso la situación al
ejército, naturalmente adornada con las más sutiles tretas demagógi
cas, y el ejército inició bajo su dirección la marcha contra Roma. El
golpe de estado de Sila no pudo consolidarse hasta su regreso de
Oriente, mientras en Roma volvía a triunfar la facción popular. La
nueva toma del poder desató en la urbe un auténtico baño de sangre
en forma de las tristemente célebres listas de proscritos, con la confis
cación y venta pública de los bienes de los caídos en desgracia.
Cuando Sila entró en Roma, a finales del 82, la ciudad no tenía
gobierno legal. Con todo el poder concentrado en sus manos, nadie
podía ahora oponerse a su voluntad. Y, para llevar a cabo su intento
de reordenamiento y reforma del Estado, se hizo investir como dicta
dor. Sobre la discutible estabilización social ganada con represalias y
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