Page 152 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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este propósito como el hecho de que el mismo frenaba y enmascara­
      ba cualquier iniciativa válida y razonable para superar la constitución
      caduca; en definitiva, para lograr una alternativa. El fracaso de las so­
      luciones políticas sólo podía propiciar el camino de la fuerza, con la
      imposición de soluciones dictatoriales, apoyadas en el poder militar,
      que,  sin  superar  los  problemas,  los  haría  enmudecer,  para  resurgir
      poco después con renovada virulencia.



      La inclusión del factor militar en la crisis

         En esta inquietante evolución, un elemento decisivo hacia el con­
      flicto armado sería introducido, si bien no utilizado, por Mario.  So­
      berbio y apasionado, el advenedizo protegido del clan aristocrático de
      los Metelos, alimentado por un odio irreprimible contra la aristocra­
      cia, encontró la solución a los problemas en los que se debatía el ejér­
      cito,  al romper los lazos, hasta entonces íntimamente ligados,  entre
      agricultores y organización militar. Si hasta entonces el servicio mili­
      tar estaba unido al censo, es decir, a la calificación del ciudadano por
      su posición económica —y, por ello, excluía a los proletarii, aquellos
      que no  alcanzaban un mínimo  de fortuna personal—,  Mario logró
      que se aceptase legalmente, a partir de 107, el enrolamiento de proleta­
      rii en el ejército.
         Las consecuencias no se hicieron esperar. Paulatinamente desapa­
      recieron de las filas romanas los ciudadanos cualificados con medios
      de fortuna —y, por ello, no interesados en servicios prolongados que
      les mantenían alejados de sus intereses económicos—, para ser susti­
      tuidos por ciudadanos que, por su propia falta de medios económi­
      cos, veían en el servicio de las armas, si no una profesión en sentido
      estricto, puesto que Roma no tuvo hasta época imperial un ejército
      profesional y permanente, sí una posibilidad de mejorar sus recursos
      de fortuna o labrarse un porvenir.
         Lógicamente,  el soldado que buscaba mejorar su fortuna con el
      servicio de las armas se sentía más atraído por el comandante que ma­
      yores garantías podía ofrecer de campañas victoriosas y rediticias. La
      libre disposición del botín por parte del comandante, de otro lado, era
      un excelente medio para ganar la voluntad de los soldados a su cargo,
      con generosas distribuciones. Y como no podía ser de otra manera,
      fueron creándose lazos entre general y soldados que, trascendiendo el
      simple ámbito de la disciplina militar, se convirtieron en auténticas re­
      laciones de clientela, que, aun después del licénciamiento, continuaban


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