Page 160 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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sición clave de poder en el Estado, concentrando en su mano los ele
mentos populares que su rival, forzosamente, se veía obligado a descui
dar. La inclusión de Craso, que estaba en condiciones de invertir en la
política prácticamente ilimitados recursos materiales y de influencia,
creaba, a no dudarlo, complicadas relaciones personales y de grupo,
especialmente en el campo popular opuesto al senado, en el que los
políticos más jóvenes procuraban, entre las ambiciones de los grandes
líderes, sacar provecho propio, supeditando lealtades a intereses, sin
renunciar a la colaboración y el cultivo de personajes influyentes, aun
eventualmente contrarios al líder del que se confesaban seguidores.
Sin tener en cuenta este difícil «nadar y guardar la ropa», apenas pue
de comprenderse la actitud y la promoción de hombres como Catili
na, César o Cicerón.
César
Comencemos con César. Pertenece, como Pompeyo, Cicerón,
Catilina y Craso, a la generación que vio la luz en la transición del si
glo π al i. Como ellos, creció en la turbia época de las convulsiones de
la guerra civil, en la que parecen derrumbarse muchos de los presu
puestos fundamentales que habían constituido ancestralmente los pi
lares del Estado y del orden constitucional. Aristócrata, de una rancia
familia patricia, sus recientes antepasados habían contado poco en la
política. Pero, como aristócrata, tenía el derecho a intentar la carrera
de los honores senatoriales. Sus perspectivas, sin embargo, parecieron
arruinarse con el golpe de estado de Sila. Circunstancias familiares le
unían con Mario: Julia, la mujer del político popular, era hermana del
padre de César, pero él mismo, además, había desposado a Cornelia,
la hija de Cinna. El triunfo de Sila, si biep no puso en peligro su vida,
protegida por poderosas amistades, significó un importante obstáculo
para su promoción política. La oligarquía silana lógicamente no le
abriría tampoco las puertas. Como otros tantos jóvenes políticos de la
postguerra, César se vio lanzado a la oposición contra el régimen, aun
que dentro de los cauces constitucionales y sin riesgos de determina
ciones irreversibles: César rechazaría así el canto de sirena de Lépido,
cuando éste quiso atraérselo para su fracasado putsch del 78.
El joven político se lanzó a cultivar una popularidad que, precisa
mente, en esos lazos familiares odiosos a Sila, significaba una magní
fica propaganda. Es sabido cómo convirtió los funerales de su tía Ju
lia en una demostración de su veneración por Mario, que se repitió en
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