Page 162 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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aprendió el nuevo espíritu de unos tiempos en los que, por encima de
       la letra muerta de los valores tradicionales, acción política significaba
       provecho personal más allá de cualquier escrúpulo, voluntad de pro­
       moción  consciente,  al margen  de  criterios y compromisos  de valor
       moral. El desenlace de la guerra y los acontecimientos precipitados y
       violentos que llevaron al poder a Sila terminaron moldeando este nue­
       vo modo de entender la política, que, por encima de ideales y convic­
       ciones, sólo pretendía la lucha por el poder. Era la época en la que una
       buena parte de la vieja aristocracia tradicional cayó bajo la guadaña re-
       vanchista de Mario y Cinna, la época en la que todo aquel que no fue
       cómplice del vergonzoso chantaje al que Sila sometió a la República
       hubo de buscar, por simples razones de supervivencia, un acomodo
       con el nuevo régimen.
          Catilina fue uno de estos últimos. Mientras su hermano y su cu­
       ñado caían víctimas de las proscripciones, se adhirió en el último mo­
       mento a las filas de Sila. La oportuna elección saneó su magra fortuna
       de patricio arruinado y le incluyó entre los miembros de la oligarquía
       en beneficio de la que el dictador reestructuró el Estado. Las sombras
       que Cicerón proyecta sobre esta etapa de la carrera de Catilina como
       esbirro de Sila —su supuesta participación en la ejecución de sus pa­
       rientes y la muerte ritual, por encargo personal del dictador, de un so­
       brino de Mario ante la tumba de Lutacio Catulo, una de las víctimas
       del  político popular— se  contraponen  a  su  cierto  comportamiento
       como valiente soldado, que sus propios enemigos no pudieron negar.
       Sabemos que Catilina guardaba en su casa como trofeo el águila de
       Mario, sin duda otorgada como reconocimiento a sus servicios.
          Como  otros  muchos  jóvenes  de  la  nobleza,  Catilina  prosperó
       como beneficiario del golpe de estado del año 82 y fue promociona-
       do por las fuerzas que debían a Sila su posición rectora. Su carácter de
       descendiente  de una casa noble,  el exclusivismo  de la nueva oligar­
       quía, la ingente escasez de candidatos y los contactos con conspicuos
       representantes de la dirección optimate—como el hijo del citado Luta­
       cio  Catulo— propiciaron el inicio de una carrera política en la que
       Catilina esperaba devolver de nuevo rango y prestigio a una familia en
       decadencia, que, en el curso de los últimos cien años, no había logra­
       do elevar a ninguno de sus miembros por encima del primer escalón
       de los  honores,  la magistratura cuestoria. Y,  efectivamente,  Catilina
       emprendió su cursus honorum hasta alcanzar la pretura en el 68 y, a su
       término, el encargo como propretor de la provincia de Africa.
          Pero el discurso normal de su promoción política, que debía coro­
       narse a su vuelta con la investidura del consulado, se vio enturbiado a

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