Page 36 - Alvar, J. & Blázquez, J. M.ª (eds.) - Héroes y antihéroes en la Antigüedad clásica
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las armas y la cabeza de Héctor,
                   que fuera tu magnánimo asesino;
                   y he de degollar ante tu pira
                   a doce hijos ilustres de troyanos,
                   pues estoy irritado por tu muerte.
                   Y mientras tanto me estarás tendido
                   de la misma manera, como ahora,
                  junto a las corvas naves,
                  y a uno y otro lado de tu cuerpo
                   te llorarán, lágrimas derramando,
                   las noches y los días, las troyanas
                  y dardánidas de sinuosa veste,
                   las que nosotros mismos nos ganamos
                   a base de trabajos y mediante
                   nuestra fuerza y nuestra larga lanza,
                   saqueando los dos pingües ciudades
                   de caducos mortales.»
                   Después de hablar así, a sus compañeros
                  les ordenaba el divino Aquiles
                   a ambos lados del fuego colocar
                  un gran trípode para que cuanto antes
                  lavaran a Patroclo
                  y le quitaran las manchas de sangre.
                  Y ellos después sobre ardiente fuego
                  un caldero de tres pies colocaban
                  y agua en él vertieron, y, cogiendo
                  leña, la encendían por debajo;
                  y el fuego la panza envolvía
                  del caldero por uno y otro lado,
                  y, así, el agua se iba calentando.
                  Y después qué ya empezó a borbotear
                  por dentro del resplandeciente bronce,
                  ya entonces, justamente, el cadáver
                  iavaron y lo untaron pingüemente
                  con aceite y llenaron sus heridas
                  con un añejo unto de nueve años.
                  Y luego que en el lecho
                  lo colocaron, con fino lienzo
                  de lino lo cubrieron
                  de cabeza a pies, y por encima
                  aún le taparon con un manto blanco.
                  Luego, toda la noche, a los dos lados
                  de Aquiles el de los pies ligeros,
                  los mirmidones estaban gimiendo
                  por Patroclo en medio de lamentos.
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