Page 124 - El libro de San Cipriano : libro completo de verdadera magia, o sea, tesoro del hechicero
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aquel mueble, que después no podrá amar más que a él, ni tendrá
gusto alguno en ser cortejada por otro.
PARA QUE UNA MUJER SEA AMADA POR UN
HOMBRE A QUIEN ELLA QUIERE
Tómese pelo de la barba del hombre que la mujer quiere que
le ame, procurando que sea lo más inmediato posible de la oreja
izquierda; y una moneda de plata que él haya llevado encima por
lo menos medio día.
Póngase todo junto a hervir en un jarro de asperón nuevo
lleno de vino, échese también salvia y ruda, y al cabo de una hora
saqúese la moneda.
Cuando se quiera hacer la prueba se toma la moneda en la
mano derecha, se acerca la mujer al hombre deseado pronuncian-
do estas palabras: "Rosa de amor y flor de espina", bastante alt©
para que él la oiga, luego se le toca ligeramente el hombro izquier-
do, y entonces él la seguirá a todas partes.
ORACIÓN PARA PRESERVARSE DEL RAYO
Se pasa una cinta blanca por el brazo, garganta, o cintura de
Santa Bárbara; la cual cinta obra, para quien la posee, como un
verdadero talismán.
Cuando empiece la tormenta, enciéndase una vela que tenga
una cuarta aproximadamente.
Hecho esto, de hora en hora, después de lavarse la cara por
tres veces con agua exorcisada, se dirá la siguiente oración:
"En Vos confío. Señora, que intercedáis por mí cerCa de Aquel
que murió por los pecadores. Como esta santa cinta que poseo, ten-
go el alma pura y puras mis intenciones. Sálvame, Señora, si soy
digno (o digna) de vuestra protección contra los terrores del rayo."
RECETA PARA GANAR AL JUEGO
Mándase hacer un higo de azabache, recomendando esencial-
mente que se labre con un instrumento nuevo y de acero.
Llévese el higo al mar, suspenso de una cinta de Santa Lucía
y pásese de tres veces a siete veces sobre las espumas de las ondas.
Después de hecho esto, se reza tres veces el credo, en voz
muy baja, y se ofrece a Santa Lucía una vela de a cuarta.
El jugador traerá este higo al cuello, cuando jugare, teniend»
sin embargo, cuidado de no dejarse cegar por la ambición, ni
arrastrar la codicia.
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