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17,-LOS GRANDES HOMBRE.S

corta edad, gustaba de conversar con los sá-
trapas, así como de hacerles graves pregun-
tas acerca de Persia. Aquel país parecía
atraerle con fuerza irresistible, desde su más
tierna infancia, y así quería informarse con
toda minuciosidad de los fundamentos en que
se afirmaba la grandeza y poder de los persas ;
qué armas usaban ; si sus pueblos eran vale•
rosos, y generosos sus caballos; cuántas jor-
nadas había de Susa a Macedonia, qué genio
tenía el rey, en qué ejercicios y en qué dis-
tracciones se ocupaba, y si estimaba en mucho
la virtud. Habiendó perdonado después Ar-
tajerjes a los sátrapas, y enviándolos a buscar
al reino de Filipo, causó tan grande adm1ra-
ci6n Alejal1Jdro a los embajadores del rey de
Persia, lo mismo por sus prudentes palabras
que por sus heroicas acciones que, uno de los
mensajeros, no pudo por menos de excla,mar !
-Este niño es ya un gran rey.
En tanto Aristóteles le instruía en los se-
cretos de la naturaleza, en la retórica, en la
política, en la medicina-Áristóteles era hijo
de un médico descendiente de Esculapio-y
en la filosofía, a la que tuvo tan gran amor y
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