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ALEJANDRO MAGNO.-H
cruel, y todos deseaban sacudirse su yugo.
Los griegos, a quienes _había sujetado Fili-
po, pedían libertad; los bárbaros se levanta-
ban en armas, y h~sta los piratas toscanos se
ocupaban en robar las costas de Macedonia.
¿ Cómo podía el joven Alejandro, sorprendido
por la muerte de su padre, alejado de su pa-
tria, pobre e inexperto, luchar contra tan se-
rios y terribles enemigos ?
Pues luchó. Y venció. A pecho descubier-
to, con la verdad en los labios, y el valor,
aquel su valor indomable en el coraz6n, llegó
a Macedonia y habló a los macedones, dicién-
doles que su deseo era que confesasen bien
pronto, tanto los ciudadanos como los enemi-
gos, que «con la muerte de su padre sólo había
cambiado en el reino el nombre y la persona
del rey, pero no la acertada administraci6n de
su gobierno, ni la gloria y fortuna que él le
había dado. Y dijo también que, pará lograr-
lo, sólo necesitaba que los macedones le con-
cedieran los mismos corazones y brazos que
habían prestado a su padre por tan dilatado
espacio de años.
Estas palabras y la prudente y esforzada
conducta del joven rey, conmovieron a los