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Cada mañana había decenas de personas esperando para ser asistidas de forma gra-
                tuita en la parte médica y odontológica. Aproximadamente en cinco días atendimos
                a más de mil personas. Al tercer día, algunos trabajadores de la salud se presenta-
                ron para cerrar la clínica. Así que para cumplir con lo que ellos exigían, la cerramos,
                pero el intendente cuando se enteró nos dijo que siguiéramos adelante. Dejamos de
                atender por un día y le pedí al intendente que viniera y autorizara personalmente a
                nuestros médicos para que continuaran, que se encontraban desalentados. Así que
                el intendente se puso delante de nuestro equipo médico de los Estados Unidos, los
                animó y les dio permiso para continuar el trabajo en la comunidad. El éxito y la ben-
                dición de la clínica se hicieron sentir durante años. Recuerdo haber conversado con
                algunas personas en la calle, años más tarde, que todavía recordaban lo que había
                ocurrido en aquellos días.

                  En ese lugar el Señor nos dio un terreno muy bien ubicado y se inició la construcción
                de la iglesia. El edificio se terminó con gran sacrificio. Después de un corto tiempo, el
                pastor que dirigía la iglesia sintió que era hora de irse. Fue difícil. Sin embargo, con-
                fiamos en que Dios cuidaría de esta joven congregación. El crecimiento fue lento para
                el nuevo pastor, Martín Aguirre, pero luego de un tiempo muchos vinieron a Cristo.

                  La iglesia había hecho buenos avances en la comunidad cuando el nuevo pastor se
                sintió llamado a regresar a su ciudad natal para pastorear una iglesia allí. Marcelo y
                Mercedes Miskinich llegaron para ocupar su lugar y están haciendo un trabajo mara-
                villoso y alcanzando a otra comunidad en el norte, llamada Villa Ocampo.




                  Viajaba por Rafaela con un amigo misionero y él comentó que era una gran ciudad
                para la plantación de una nueva iglesia. En ese momento, Rafaela era una ciudad de
                noventa mil personas, no había ninguna iglesia de la Unión de las Asambleas de Dios,
                unas pocas iglesias evangélicas y muy necesitadas.

                  Buscamos un pastor para iniciar el trabajo, pero no pudimos encontrar la persona
                adecuada. Uno de los hermanos que entrevistamos se adelantó por su cuenta y con el
                permiso de su pastor en Buenos Aires comenzó una iglesia en la ciudad. No le fue tan
                bien. Terminó dejando la obra con un mal testimonio allí.

                  Casi cinco años después, estuvimos listos para lanzar una nueva iglesia en Rafaela.


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