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en el proceso, pero el joven rey los había rechazado. Era algo amargo, pero no confiaba
           que fuera imparciales. Había visto que tan infeliz había estado Genn con Fredrik Farley.

           La  gente  necesitaba  entender  lo  que  podrían  encontrar,  pero  no  necesitaban  ser
           intimidados a negarse.


                    Anduin había sido informado de que el sentimiento negativo no era limitado a sus
           consejeros.  Guardias  y  la  gente  de  Shaw  habían  reportado  que  había  murmullos  en

           algunas tabernas y en las calles. A los guardias se les había ordenado interrumpir esas
           conversaciones si rozaban la sedición o se volvían violentas. Hasta ahora nada adverso
           había sucedido: el odio expresado, reportaban los guardias, era hacia Sylvanas y la Horda

           por lo que le habían hecho a sus seres queridos. Algunos aún creían que la muerte era
           mejor que convertirse en “monstruos”.


                    La  comunicación  entre  él  y  la  Reina  Alma  en  Pena  continuó  de  forma
           sorprendentemente buena. Habían elaborado un conjunto de reglas a la cual cada uno
           aceptó atenerse y que incluso había sido revisada por sus consejeros para propósitos de

           seguridad.  Todos  estaban,  aunque  no  precisamente  felices,  aprobando  el  lugar
           seleccionado, los números escogidos y los pasos que se seguirían desde la llegada de las
           fuerzas de cada facción hasta el tiempo y la forma de su partida.


                    En un punto, Genn había confrontado a Anduin y le había preguntado sin rodeos.


                    —¿Cómo puedes trabajar tan fácilmente con la criatura que traicionó a tu padre?
           ¡Hay más sangre en sus manos que agua en el océano!


                    —No es fácil —había respondido Anduin—. Y efectivamente ella tiene sangre en
           sus manos. Todos la tenemos. No, Genn. No puedo cambiar el pasado. Pero si esto se

           desarrolla bien, entonces puedo cambiar el futuro: una persona, una mente, un corazón a
           la vez. Y tal vez eso será suficiente para que un nuevo brote de guerra provocado por la
           Azerita no nos aniquile a todos.


                    Los días pasaron. Anduin y Calia continuaron reuniéndose con aquellos cuyos
           nombres estaban en la lista proporcionada. Algunos eran como Fredrik: individuos que

           batallaban con el concepto de un renegado como “persona” pero anhelaban una conexión.
           Otros, aunque habían expresado una disposición a reunirse con su pariente renegado en
           la carta, fueron considerados no aptos. Calia era una observadora perspicaz y Anduin

           confiaba en las viejas heridas que había obtenido por la Campana Divina para guiar sus
           decisiones. Y a veces, tristemente, era bastante obvio que la “reunión” hubiera resultado
           en violencia.


                    Había una tendencia subyacente a la hostilidad, un acallado deseo de castigar a

           los renegados simplemente por el acto de haber muerto y ser renacidos. Otros, usualmente




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