Page 324 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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        tópicos propios de su vivir reposado, agrícola, monótono  y  poco
        menos que invariado.
            La calumniada huaca indiana, entendiéndose por ello la mo-
        mia tutelar de los diferentes aillos andinos, no fue de ninguna ma-
        nera el diablo que antojóseles descubrir a los antiguos evangeliza-
        dores castellanos.
            No fue el tentador, que en las laderas del monte de la Cua-
        rentena, cabe  el deleitoso valle del Jordán, osó enfrentarse  al
        Ungido.
            No fué el tentador que en la Tebaida tendió lazos de concu-
        piscencia a los santos padres del yermo.
            ¿Habrá quien acierte a discernir huellas de idolatría  y  de
        demonismo en la noble  y  pura adoración del Sol, postrer capítulo
        que fué en el proceso de formación de las creencias de los anti-
        guos peruanos?...
            El demonismo colla  y  quechua hace su aparición en América
        —ya lo hemos dicho—contemporáneamente con la venida del evan-
        gelizador castellano.
            Éste conturba las ideas de un pueblo ingenuo, contemplado en
        estado de virginidad filosófica, al mentarle nociones espirituales
        que no pudo comprender,  y que había de deformar lastimosamente
        al adaptarlas a su manera de pensar.
            La llamada idolatría indiana hace, de igual manera, su apa-
        rición en América—si hemos de expresar nuestro pensamiento sin
        las limitaciones que no caben en el campo de las especulaciones
                       —
        filosóficas puras  -con la aparición del Santo cristiano, en que la
        mente indiana se inclinó a ver, de primera intención, no a un tra-
        sunto de santas cualidades elevado al honor de los altares para
        ejemplo y  veneración de los fieles, sino al ídolo de una nueva reli-
        gión, al cual se adora por sí, y  a quien se dispone en favor propio
        mediante invocaciones  y  ofrendas.
            ¿Se ha modificado lo bastante la mente indiana, al cabo de
        cuatro siglos de una intensa evangelización, para acercarse, como
        es justo que ocurra, a la idea de un Dios inmaterial, increado,
        arquitecto del universo, fuente de toda bondad y de toda justi-
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