Page 92 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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           El hombre de aquella hora premiosa del calendario inmemo-
      rial de América se alimentó como pudo, con la carne palpitante
      de esta o aquella pieza de cacería, cogida en las veredas de la
      ominosa manigua,   y  quien sabe  si con las hojas de la coca,  el
      “maná” americano, descubierto desde aquellas lejanas edades en
      este o aquel silvestre soto.
          Pero es el caso que en las pausas de aquella su huida, en este
      o aquel claro de la selva aborigen, aquella humanidad primordial
      experimentó la nostalgia de un hogar estable  y  la necesidad de
      echar los cimientos de una patria futura, mas se dió cuenta de
      que para hacer cosa de provecho hacíale falta  el elemento más
      premioso de nutrición, aquel sin el cual no cabe pensar en organi-
      zar vida biológica ni civilizada, la “ sal ”, cuyos criaderos nativos
      abandonara   a  orillas  del Atlántico  al emprender  su marcha
      secular.
          Aquel elemento, escaso en la selva aborigen, abunda por el
      contrario en el altiplano de los Andes.
          A título semejante,  y  siendo así que la sal fue el exponente
      de la riqueza en el antiguo mundo americano, el futuro Collao,
      dotado cual estuvo de extensas salinas, estuvo destinado a ser el
      centro de una futura civilización  y  el asiento de un pueblo que con
      el tiempo ejercería un derecho de primogenitura  y de mayor ri-
      queza entre las restantes estirpes americanas.
          La sal fué  el aliciente todopoderoso que, transcurridos que
      fueron los apremios del terror, apresuró la marcha de las razas
      oriundas de la vertiente del Atlántico hacia las cumbres de los
      Andes, llevando la delantera la raza más aguerrída en cuyo tem-
                                                      ;
      peramento obrase un atavismo más generoso  y  enérgico.
          Tiahuanaco debió su ubicación, más que a otra cosa, a la pro-
      ximidad de las abundantes salinas de Ayaoyo, Coipasa y Au-
      llagas.
          Si éstas hubiesen estado situadas diez o doce grados más al
      Norte o más al Sur, distinta habría sido la ubicación de la urbe
      “de los Muertos Sentados”.
          La marcha de toda una humanidad amenazada de una des-
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