Page 90 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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       preocupación de que participaron todos los pueblos de la tierra po-
       seedores de una historia, comenzando por el judío, cuya capital,
       Jerusalén, vemos figurar como “ centro de la tierra  ” en las cos-
       mogonías anteriores a Copérnico.
           Según este nuestro razonamiento,  las figuras menores del
       arco en número de cuarenta y  ocho, representan la marcha de la
       horda de las orillas del Atlántico, o si se quiere del riñón del con-
       tinente americano, hacia las cumbres andinas,  y  las de la greca
       inferior, en que se repiten los signos “cordillera” “vertientes”,
       “sol poniente” y  “sol levante”, la sucesión de valles y  collados que
       aquéllos transpusieron, detrás de los cuales se ponía el sol, para
       renacer a su espalda al siguiente día.
           Posible es que estudios más afortunados lleguen a descifrar
       el valor cronológico de aquella teoría de soles  y  precisen las épo-
       cas, edades, centurias o años, que duró la peregrinación de la raza,
       hasta aportar a la meseta predestinada en donde había de surgir
       su urbe fastuosa e ilustre.
           Creemos del caso insistir en que las traslaciones de las  ci-
       vilizaciones clásicas del viejo mundo, de Oriente a Occidente, en
       el sentido de la etérea traslación del Sol, han debido obedecer a
       causas idénticas  : queremos decir a hundimiento de la costa orien-
       tal de Asia, que obligaron a las humanidades primordiales a em-
       prender, de Oriente a Occidente, una marcha hacia las mesetas,
       cunas de cultura, que tuvieron nombre: Himalaya, Himeto o Sión.
           Son fáciles de imaginar los trances del itinerario que, provo-
       cado por semejantes causas, emprenderían las razas americanas
       con rumbo a la meseta de los Andes.
           Las razas mediterráneas, hijas de la manigua, disputaríanles
       el paso con ciego coraje, hasta que, enteradas del inmenso peligro
       que a todos amenazaba, dieron en huir, ellas también, sin más pen-
       samiento que salvarse, confundidas en la formidable avalancha
       humana a que impelía hacia Occidente un soplo de cruenta fa-
       talidad.
           Aquella huida, no obstante, conoció pausas durante las cuales
       la humanidad americana conoció períodos de relativo sosiego en
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