Page 90 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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86 R. CÚNEO -VIDAL
preocupación de que participaron todos los pueblos de la tierra po-
seedores de una historia, comenzando por el judío, cuya capital,
Jerusalén, vemos figurar como “ centro de la tierra ” en las cos-
mogonías anteriores a Copérnico.
Según este nuestro razonamiento, las figuras menores del
arco en número de cuarenta y ocho, representan la marcha de la
horda de las orillas del Atlántico, o si se quiere del riñón del con-
tinente americano, hacia las cumbres andinas, y las de la greca
inferior, en que se repiten los signos “cordillera” “vertientes”,
“sol poniente” y “sol levante”, la sucesión de valles y collados que
aquéllos transpusieron, detrás de los cuales se ponía el sol, para
renacer a su espalda al siguiente día.
Posible es que estudios más afortunados lleguen a descifrar
el valor cronológico de aquella teoría de soles y precisen las épo-
cas, edades, centurias o años, que duró la peregrinación de la raza,
hasta aportar a la meseta predestinada en donde había de surgir
su urbe fastuosa e ilustre.
Creemos del caso insistir en que las traslaciones de las ci-
vilizaciones clásicas del viejo mundo, de Oriente a Occidente, en
el sentido de la etérea traslación del Sol, han debido obedecer a
causas idénticas : queremos decir a hundimiento de la costa orien-
tal de Asia, que obligaron a las humanidades primordiales a em-
prender, de Oriente a Occidente, una marcha hacia las mesetas,
cunas de cultura, que tuvieron nombre: Himalaya, Himeto o Sión.
Son fáciles de imaginar los trances del itinerario que, provo-
cado por semejantes causas, emprenderían las razas americanas
con rumbo a la meseta de los Andes.
Las razas mediterráneas, hijas de la manigua, disputaríanles
el paso con ciego coraje, hasta que, enteradas del inmenso peligro
que a todos amenazaba, dieron en huir, ellas también, sin más pen-
samiento que salvarse, confundidas en la formidable avalancha
humana a que impelía hacia Occidente un soplo de cruenta fa-
talidad.
Aquella huida, no obstante, conoció pausas durante las cuales
la humanidad americana conoció períodos de relativo sosiego en