Page 86 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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82 R. CÚNEO -VIDAL
sus aillos solieron congregarse por épocas determinadas, para re-
memorar, al son de danzas, de cantares y de monstrumaquias apa-
ratosas, los sucesos faustos de su nación, estaban terminados.
El hipogeo de Puma Punco, rodeado de patios concéntricos,
en los cuales, bajo la férula de acólitos domadores, bramaban teo-
rías de pumas consagrados al culto, guardaba en su recinto, en
mudo y solemne cónclave, el centenar de momias tutelares, funda-
doras de las diferentes estirpes serranas y costeñas de la gran
familia collagua que transmitieron a la urbe su nombre insólito
y significativo.
El inga — pontífice, suerte de Faraón andino —y su séquito de
sacerdotes hierofantes, considerábanse todopoderosos, dueños cuál
eran de la universal aceptación de sus fieles, sin perjuicio de co-
rresponderles por derecho de progenitura las dos terceras partes
de cuanto produjo el estado megalítico.
Sus edictos civiles y sacerdotales eran obedecidos desde la
frígida puna hasta los valles de clima templado de la vertiente
occidental de la Cordillera de los Andes comprendidos entre Ca-
maná, el río Loa y Coquimbo.
Aquél fué, verosímilmente, el momento en que los ancianos de
la Urbe, presidido por el sumo auqui o inga-pontífice, resolvieron
que, por mano de artífices kalasasayas, empapados en las tradicio-
nes nacionales, se labrase, a inmendiaciones del mayor adoratorio,
un Arco provisto de un friso historiado, cuyo contexto transmi-
tiese a las lejanas generaciones el recuerdo de las visicitudes ex-
perimentadas por la raza pujante a que pertenecieron hasta el
instante de aportar al Altiplano en donde floreció su cultura.
Los kalasasayas, paradores de la piedra o arquitectos, al lle-
nar su cometido, procedieron a representar por medio de su arte
las peregrinaciones de la estirpe protocollagua, de Oriente a Oc-
cidente, de las orillas del Atlántico, y sucesivamente del riñón del
continente americano a la encumbrada meseta andina en que se
cristalizó su destino; peregrinación que la raza emprendió joven
y pujante, con paso activo y rítmico y llevó a cabo envejecida y
presa de mortal cansancio.