Page 6 - Vive Peligrosamente
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extraordinarias. Se celebraba, con gran entusiasmo, el LX aniversario de la
          coronación del emperador Francisco José I.
            A primeras  horas de la  tarde, de aquel día,  mi  madre, que  había
          presenciado y admirado el desfile y los cortejos por la mañana, me dio el
          ser.
            Nací, pues, en la época inmediatamente anterior a la primera  guerra
          mundial, la que sólo conozco por las referencias que me dieron mis padres
          después.
            Escuchando a todos los que formaban parte de aquella generación, se
          llega, inevitablemente, a la conclusión de que la época que antecedió al
          nefasto año de 1914 debe ser considerada como "la época dorada". Ahora
          bien, yo soy un hombre que, siempre, "pisa en el suelo firmemente". Por
          ello, me  atrevo a afirmar que toda generación puede tener su "época
          dorada" si sabe vivir adecuadamente y aprende a sacar partido de cada
          situación por muy difícil que ella sea.
            Todavía existen actualmente muchas personas que recuerdan con
          emoción los  tiempos de la  monarquía  austro–húngara y no se cansan de
          alabarlos. La  mayoría de dichas personas son ancianos de nacionalidad
          austriaca, checa, húngara, eslovaca y polaca.
            Aquellos tiempos, objeto de la admiración de dichas gentes, precedieron
          a la primera guerra mundial, cuyas consecuencias provocaron en el mundo
          un gran estado de inquietud que, todavía, late. En aquella "época dorada"
          cada cual tenía el convencimiento de que sólo debía de asegurar su propio
          futuro y el de su familia, que "el mundo era una balsa de aceite", que nunca
          podría perder lo que poseía...
            Pero en el ámbito mundial existían ya los nacionalismos orgullosos de
          las naciones, que se resistían a contentarse con aquella situación.
            Mis primeros recuerdos infantiles están estrechamente ligados con el
          hundimiento total de aquella "época dorada",y , por lo  tanto, con el
          estallido de la primera conflagración mundial.
            El mes de julio de 1914 lo pasamos, mis dos hermanos mayores y yo,
          con mi madre en un balneario situado cerca de Bremerhaven. Mi padre tuvo
          que quedarse en Viena retenido por su trabajo de ingeniero, aunque había
          decidido reunirse con todos nosotros más tarde. Durante los primeros días
          del  mes de  agosto, tiempo de recolección de las cosechas, los niños
          jugábamos  en la playa.  Veíamos cómo  el horizonte era  marcado por
          grandes barcos de un gris acerado  que navegaban por  el mar; pero
          ignorábamos que ellos formaban parte de la Armada  alemana que ya
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