Page 7 - Vive Peligrosamente
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preparaba su primera  acción bélica. Con nuestras  mentes infantiles
          considerábamos que el  espectáculo era  maravilloso; no se nos alcanzaba
          que el objeto de nuestra admiración daría, pronto, la señal del comienzo de
          una sangrienta guerra que duraría cuatro años.
            Pasados unos días nos vimos obligados a abandonar presurosamente las
          playas del Norte, y nos dirigimos a Bremer donde debíamos esperar varios
          días. No pudimos abandonar la ciudad debido a que los  militares habían
          dispuesto que todas las vías férreas fueran cortadas y no circulaba ningún
          tren que pudiera ser utilizado por la población civil.
            Las calurosas noches del mes de agosto nos hicieron ser testigos de los
          primeros bombardeos efectuados por los ingleses sobre el puerto de Bremer
          y sobre diversos centros de comunicaciones. A pesar de que entonces "la
          guerra todavía estaba  en  pañales" –sobre todo si se la compara con la
          segunda guerra  mundial–, hubo que cumplir el "toque de queda" y las
          Órdenes de oscurecimiento de las ciudades;  se instalaron baterías
          antiaéreas, y la población civil, compuesta por mujeres y niños, sufrió los
          efectos de la .nueva situación. Es comprensible que las angustiosas noches
          de aquel dramático mes de agosto quedasen grabadas en nuestras mentes
          infantiles.
            Muy posiblemente decepcione al lector si afirmo, como así lo hago,
          ateniéndome a la más rigurosa verdad, que mi época escolar transcurrió
          apaciblemente, sin que hubiera en ella ninguna aventura digna de ser
          mencionada.  Y, tal vez, se sentirá  defraudado al saber que era  un chico
          vivaz, sí, pero completamente normal, que no sobresalía  en nada de sus
          demás compañeros.
            Mi primer año escolar coincidió con la desaparición de una  época
          completamente pacífica, que se extinguió con el estallido de la guerra. En
          aquel tiempo, al llegar la hora del  recreo, compraba, sólo por veinte
          "heller", unas suculentas salchichas y un dorado bollo de pan; el último año
          de mis estudios primarios, por el mismo dinero, sólo podía comer pan de
          maíz cubierto con una leve capa de mermelada de nabos que mi madre me
          preparaba para desayunar. Nosotros, niños  y  escolares, adquirimos
          rápidamente  el conocimiento de la  cruda realidad, lo mismo  que los
          adultos, y tuvimos que sufrir las privaciones de todo un pueblo, a pesar de
          que no llegábamos a comprender totalmente las causas que motivaban tales
          privaciones y tal estado de cosas.
            No recuerdo ningún acontecimiento de importancia que afectara
          sensiblemente  mi espíritu durante  tos años que duraron mis estudios de
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