Page 12 - Vive Peligrosamente
P. 12

aquellos que consideran  que el "boxeo" es una  sustitución de aquellos
          duelos, están completamente equivocados. El único motivo de nuestras
          luchas era el tratar de conseguir un  dominio completo sobre nuestros
          cuerpos  y nervios. Estábamos obligados a luchar en actitud  ofensiva,
          prohibiéndosenos adoptar una postura defensiva. Esto, es indiscutible, tenía
          un sentido digno de elogio.
            Todo hombre que vive y piensa pasivamente, no llegará nunca a realizar
          grandes cosas. Cualquier clase de vida requiere un mínimo de actividad. Y
          la actividad es la única que puede darnos resultados positivos. El hombre
          activo consigue desarrollar su personalidad de una manera más completa; y
          la suma de sus actos acabará dándole unos resultados que, no cabe la menor
          duda, le favorecerán.
            Desde jóvenes se nos educó para  que nos inspirásemos en  dichos
          principios, y me siento reconocido de que así fuera.
            La educación que recibí me ha permitido tener el completo dominio de
          mis nervios en muchas ocasiones que así lo requerían; me dio la capacidad
          de enfrentarme fríamente con toda clase de peligros. En el transcurso de mi
          vida me he visto obligado a encajar un elevado número de golpes, tanto
          morales como físicos; pero nunca me descorazoné y, cada vez, luché con
          nuevos bríos.
            Nunca podré olvidar los sentimientos que surgieron en mí durante mi
          primer duelo, sostenido en febrero de 1927. Los diversos movimientos del
          cuello y  del brazo que en acción protegen nuestro cuerpo de posibles
          heridas aceleraban los  latidos de nuestro corazón de una  manera
          vertiginosa.  En tal momento, incluso, nos parece irreal la presencia de
          nuestro adversario; nos limitamos a concentrarnos y estar alerta para evitar
          el ataque siguiente. El  olor de los  medicamentos preparados por los
          médicos de ambos contendientes penetra en nosotros a través de las fosas
          nasales y queda ya ligado para siempre al recuerdo de todos nuestros
          duelos.
            A fuer de sincero debo admitir que tenía miedo de mi adversario, un
          miedo atroz. Pero me sentía observado por centenares de ojos de personas
          que querían cerciorarse de que sabía comportarme como un hombre. No me
          quedaba más remedio que aguantar, concentrarme en lo que hacía, evitar
          cualquier fallo. Carecía de careta que protegiera mi cara; ello me permitía
          observar cómodamente a mi adversario, que habla tomado asiento sobre un
          banco a unos ocho metros de donde yo me encontraba, ataviado igual que
          yo. Teníamos aproximadamente la  misma estatura, nuestras fuerzas  se
   7   8   9   10   11   12   13   14   15   16   17