Page 14 - Vive Peligrosamente
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Me sentí completamente relajado y recordé los consejos que se  me
          habían dado:
            "Debes luchar de una forma activa; es preciso atacar; no puedes dejarte
          vencer por el miedo".
            Pronto pude aprovechar un fallo de mi contrincante y también le herí.
            Es casi increíble lo que puede llegar a cansar un duelo que apenas dura
          media hora. Cuando transcurrió el tiempo fijado, notamos que los músculos
          de nuestro brazo estaban agarrotados; nuestros cuerpos, cubiertos de sudor.
            A continuación se nos dejó al cuidado de los médicos que suturaron
          nuestras heridas sin emplear anestesia alguna. Se hacía así para educar la
          resistencia física. Mi adversario había recibido tres heridas; yo, solamente
          una.
            Mis camaradas  se  apresuraron a felicitarme. Pero, también, para no
          romper un precedente,  me señalaron los fallos  y faltas en que había
          incurrido. Esto motivó que no me sintiera tan orgulloso de mi hazaña como
          me había sentido  pocos  momentos antes; tuve conciencia de lo que me
          faltaba todavía por aprender y de lo mucho que debía de esforzarme en lo
          sucesivo.
            En los tres  años siguientes sostuve trece duelos a espada. Ello me
          permite preguntar: ¿Se puede considerar extraño que  mi "tersa" cara se
          convirtiera con el tiempo en la "scarface" que acompaña a mi persona en el
          difícil camino de la vida?
            Proclamo que estoy orgulloso de que mis heridas sean consecuencia de
          duelos estudiantiles; de haber "dado la cara" voluntariamente;  de haber
          soportado estoicamente  el dolor  y de  haber sabido comportarme en todo
          momento con dignidad.
            Mis duelos fueron por lo general limpios y normales. Se mantuvieron
          siempre dentro de las reglas establecidas para los estudiantes. Hubo, sin
          embargo, otros distintos con normas resultantes de ciertas exigencias de los
          asesores de los duelistas; esto era una cosa frecuente en el desarrollo de los
          duelos estudiantiles.
            El décimo combate que sostuve tuvo ese desarrollo. Más tarde se  me
          dijo que había sido mi mejor lucha con un adversario.
            Mi contrincante, un vienés  miembro  del Centro Estudiantil Jurídico,
          llamado N. Menzel, me desafió. Era considerado entonces como el mejor
          duelista de Viena, lo que me hizo pensar que tenía pocas probabilidades de
          salir airoso en tan difícil prueba. Mis amigos compartían esta impresión. Se
          limitaron a aconsejarme: "Procura aguantar".
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