Page 13 - Vive Peligrosamente
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asemejaban. Los organizadores de mi primer duelo me hablan elegido un
adversario que poseía unas condiciones físicas similares a las mías. Sin
embargo, él ya había combatido otra vez, por lo que tenía un tanto a su
favor.
Sus amigos le rodeaban de la misma manera que los míos se agrupaban
a mi lado; le daban las instrucciones finales al igual que ellos me las daban
a mí:
"Mantente derecho; yergue los hombros, no te azares, no eches la
cabeza hacia atrás si te hieren; procura dominar el dolor, puesto que
muchos ya lo han hecho antes que tú..."
"¡Buena suerte!", fue lo último que dijeron mis amigos.
Me coloqué en el lugar señalado. Oí la voz de un camarada que decía:
–Ruego haya silencio. Se inicia el duelo a espada.
Sentí que mi corazón latía aceleradamente. Vi la cabeza de mi
adversario como si estuviera envuelta en una neblina a través de mis lentes
protectoras. Se dio la señal reglamentaria; nuestros brazos describieron un
círculo sobre nuestras cabezas y ambos atacamos al mismo tiempo
descargando nuestros primeros golpes. Las espadas chocaban, se oía el
chasquido de los aceros, que se amortiguaban cuando la espada tocaba uno
de nuestros brazos.
Es una sensación extraña la que se siente al recibir el primer golpe. La
primera excitación da paso a la tranquilidad y uno se siente dueño absoluto
de sus nervios. Se continúa el combate pausadamente; sólo se siente el
fuerte latido del pulso promovido por el esfuerzo que hace el brazo.
Los minutos de lucha se cronometraban rigurosamente por nuestros
auxiliares. La pausa se aprovechaba para curar nuestras pequeñas heridas.
En tales ocasiones llega un momento en el que ambos contrincantes piensan
solamente una cosa:
"¿Cómo me estoy portando? ¿Cuál será el primero de los dos que reciba
una herida de importancia?"
Pero hasta tales pensamientos llegan a olvidarse en el transcurso del
combate.
Creo que fue en el séptimo asalto cuando, de pronto, noté un fuerte
golpe en mi cabeza; me extrañó que la herida no me doliera como había
esperado; sólo noté que un líquido caliente se deslizaba por mi cuero
cabelludo. Me limité a pensar:
"Me ha tocado. Espero no haber movido la cabeza para esquivar el
golpe".