Page 162 - El Misterio de Belicena Villca
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–¡Oh,  Tzadikim! –dijo–. Vuestras explicaciones constituyen la Luz más
                 Brillante para nuestro entendimiento y  mucho estamos agradecidos por el
                 privilegio de oírlas. No quisiera abusar del favor que nos habéis dispensado,
                 solicitando aclaraciones que quizá  no debéis dar; pero no puedo dejar de
                 manifestar que nuestro corazón se vería  colmado de alegría si nos pudieseis
                 hablar algo más acerca de la Piedra de Fuego.
                        –Decís bien, Sacerdote; la Piedra de Fuego encierra un Misterio muy
                 grande. Os hablaremos de él, pero seremos breves,  pues ya es hora de
                 regresar a Oriente. –Era evidente que Birsa se expresaba en una clave
                 alegórica, puesto que los Inmortales no partirían hasta el día siguiente–. Pero
                 antes de irnos os hablaremos también de vuestra próxima misión, ahora que la
                 Simiente Maldita de Tharsis ha muerto, y será provechoso hacerlo en el marco de
                 ese Misterio. ¿Habéis traído el libro que os solicitamos?
                        –Tal como lo pedisteis, el libro ha sido trasladado hasta aquí –afirmó el
                 Abad de Claraval–. Se encuentra en la biblioteca del Castillo, bajo custodia
                 permanente de tres Caballeros, quienes matarán a cualquiera que intente
                 acercarse a él. También trajimos de Claraval un maestro escultor clarividente,
                 que aguarda en su celda nuestra llamada.
                        –¡Subamos, entonces, a la biblioteca! –ordenó Bera, mientras ocultaba el
                 temible Dorché bajo su túnica.
                        Ascendieron por la puerta trampa que conducía a la Iglesia de Nuestra
                 Señora del Mayor Dolor y momentos después se encontraron los seis en una sala
                 cuyo mobiliario consistía de estantes y mesas cubiertos de libros y rollos; varios
                 atriles exhibían, abiertos, algunos libros enormes, de hojas exquisitamente
                 ilustradas por los monjes benedictinos y construidos con tapas incrustadas de oro
                 y plata. De un arcón reforzado con herrajes remachados y voluminosa cerradura,
                 el Abad de Claraval extrajo el Sepher Icheh y lo depositó en una mesa mayor,
                 con doble plano inclinado pero bien iluminada por un candelabro central. A una
                 seña de Birsa, los cuatro Sacerdotes se sentaron frente al libro, en tanto que los
                 Inmortales permanecían de pie, uno en cada extremo del grupo.
                        –¡Abridlo en la página 12, Lamed! –demandó Birsa.
                        El libro sólo contenía imágenes, es decir, carecía de texto alguno, salvo las
                 palabras distribuidas en los dibujos. En  la página solicitada  quedó expuesta la
                 representación de los diez Sephiroth del Creador Uno en forma de  Arbor
                 Philosóphica. Todos estaban pendientes de Bera, quien de inmediato tomó la
                 palabra.


                 Vigesimoséptimo Día


                        Como es sabido, Dr. Siegnagel, el “libro sagrado” por excelencia, para los
                 judíos, es la  Torah, que esencialmente se compone de los cinco libros del
                 pentateuco tal cual los presentó el Escriba Esdras en el siglo V A.J.C. Pero ésta
                 es la Torah escrita,  Torah Shebikhtab, que debe considerarse como una
                 Doctrina profana, exotérica, puesto que su verdadera “Sabiduría Divina”,
                 Hokhmah, está cifrada en la Escritura y no puede ser interpretada sin conocer
                 las claves criptográficas  de la Cábala. Existe pues,  también, una Torah oral,
                 Torah Shebalpeh, que trata sobre estas claves y constituye la Doctrina esotérica

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