Page 756 - El Misterio de Belicena Villca
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al fin lo encontraron, y exterminaron a toda su familia, que era también la mía. Es
decir, toda mi familia, mis padres, mi hermana, sobrinos, y parientes lejanos,
fueron asesinados hace un año; pero los asesinos no consiguieron acabar con
nosotros. Y por ese motivo, tío Kurt partió hace más de un año, asegurando que
jamás regresaría. Sólo he quedado Yo, con la misión de encontrar a los
Caballeros Tirodal.
–¡Lamento mucho lo sucedido, pues conocía cuánto él quería
a su hermana Beatriz! Justamente, evitaba los encuentros con ella por temor a
comprometerla y causarle daño involuntariamente.
Me mordí los labios al oír esa verdad: tío Kurt la protegió
durante 35 años y Yo la entregué en un instante en mano de sus verdugos. Las
noticias de la Señora Feil no eran, por otra parte, muy alentadoras con respecto a
la Orden:
–Me temo que nada podré hacer por Ud., pues es muy poco
lo que me reveló Oskar sobre la Orden de Caballeros Tirodal. Desde luego, no
me dio ningún dato sobre sus miembros o los lugares de las reuniones.
La miré sin poder disimular la decepción. Mi expresión le
resultó cómica, porque sonrió y me alentó a tener esperanzas: existía una
posibilidad.
–Algo haremos, Dr. Siegnagel; es lo único que está en mis
manos; y ruegue a sus Dioses para que dé resultado. Oskar tenía una caja de
seguridad en su escritorio en la que guardaba las cosas de la Orden. Varias
veces me recomendó que si “algo” le sucediese, y alguien de la Orden se
presentaba a reclamar sus pertenencias, debía devolverles sin discusión el
contenido de ese cofre. Pero hasta el presente nadie, salvo Ud., ha solicitado
informes sobre la Orden, por lo que Yo jamás he abierto su caja de seguridad. Lo
que haremos, entonces, será examinar el contenido de la caja y tratar de
encontrar alguna pista.
Fuimos enseguida al estudio del finado Oskar y, con
ansiedad creciente, aguardé que la Señora Feil digitara la combinación de la
cerradura. Al fin se abrió y quedaron a la vista los objetos reservados. La magra
herencia esotérica de Oskar Feil consistía en dos objetos: un libro y una revista
vulgar.
Será difícil que alquien logre representarse mi perplejidad de
ese momento. El libro era un ejemplar de “Fundamentos de la Sabiduría
Hiperbórea”, por Nimrod de Rosario, exactamente igual al que tío Kurt me diera a
leer en Santa María, y que ahora tenía en mi poder. Y la revista, se trataba de un
número de Spot's, con tres años de antigüedad.
La Señora Feil terminó compartiendo mi preocupación y, no
sabiendo de qué modo conformarme, o deseando que la entrevista concluyese
cuanto antes, me entregó las dos publicaciones. Estaba convencida, dijo, que
Oskar Feil aprobaría su proceder pues Yo era el sobrino de su más entrañable
Camarada, a quien nada podía negarle.
Ocioso es aclarar que revisé el libro hoja por hoja, y renglón
por renglón, buscando algún indicio secreto, algún mensaje criptográfico, alguna
indicación oculta, alguna clave sólo destinada a ser interpretada por los Iniciados
Hiperbóreos. Muy pronto tuve que descartar que el libro ofreciese tal posibilidad.
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