Page 752 - El Misterio de Belicena Villca
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Le referí las últimas partes de la Carta de Belicena Villca y le expliqué que tenía
                 indicios ciertos sobre la posible residencia de Noyo Villca: todo consistía en
                 ubicar a la misteriosa Orden de Caballeros Tirodal y a su Pontífice, Nimrod de
                 Rosario. Puesto que un capítulo se había cerrado en mi vida y ya no habría
                 vuelta atrás, sólo me quedaba proseguir la aventura e iniciar la búsqueda de la
                 Orden en la Provicia de Córdoba.  Segundo se manifestó decidido a
                 acompañarme en esa misión. Además de ser también un Iniciado Hiperbóreo,
                 discípulo de Belicena Villca, y poseer un lógico interés espiritual en el asunto, el
                 indio, que contaba cincuenta años de edad, conocía a Noyo Villca desde niño y
                 haría lo posible por volverlo a ver o prestarle su ayuda.
                        Diseñamos, así, un sencillo plan destinado a solucionar los últimos
                 problemas que quedaban para trasladarnos finalmente a Córdoba. En la Chacra
                 existía una fortuna en oro inga, a la que  aludiera Belicena Villca en su Carta.
                 Segundo me enseñó el escondite secreto, cerca del Meñir, donde subsistían 250
                 kg. de oro en lingotes: originalmente, me explicó el indio, el oro constituía la vajilla
                 de la Princesa Quilla, pues los ingas no le daban valor monetario a dicho metal;
                 ya en Tucumán, y para evitar posibles sorpresas, los descendientes de Lito de
                 Tharsis fundieron todos los utensilios en  el siglo XVII y ocultaron los lingotes
                 donde todavía se encontraban. Nunca la familia tuvo necesidad de esa reserva,
                 pero nosotros podríamos tomar lo que quisiéramos, pues tal era la voluntad de
                 Belicena Villca.
                        Sin embargo, a mi entender aquella riqueza pertenecía a Noyo de Tharsis
                 y no convenía tocarla por el momento. Con lo que me dejara tío Kurt teníamos
                 más que suficiente para empezar. Resultaba primordial, pues, asegurar el
                 cuidado de la Chacra, aún si nosotros nos ausentábamos por mucho tiempo. De
                 ello se ocupó Segundo, trayendo de Tafí del Valle una nutrida parentela que ya
                 en otras ocasiones habían cohabitado el lugar: vivirían en la casa de servicio y
                 vigilarían el lugar.
                        Arreglado esto, partimos el 4 de Mayo hacia Santa María, en la pick-up de
                 Segundo. A Salta no pensaba regresar jamás; pero los negocios de tío Kurt los
                 tenía que cancelar indefectiblemente. Aparte de que en  la Finca de mi tío me
                 aguardaban las dos cosas más queridas que me quedaban en la vida: el
                 manuscrito de Belicena Villca, reproducido en este libro, y el manuscrito de
                 Konrad Tarstein, de su libro inédito “Historia Secreta de la Thulegesellschaft”, que
                 espero publicar en el futuro.

                        La Finca de Santa María era imposible de vender pues tío Kurt no estaba
                 muerto sino “desaparecido” y su testamento a mi favor carecía de valor en este
                 caso. Mas sí podía arrendarla y eso fue lo que hice, pactando un contrato con los
                 Tolaba, que por tantos años acompañaron a mi tío Kurt: ellos se encargarían de
                 la pequeña fábrica de dulces y de guardar las pertenencias de mi tío. Sólo
                 pagarían una moderada renta anual. Claro que en el futuro, si necesitase reducir
                 esa propiedad a dinero contante, apelaría al conocido expediente de falsificar la
                 partida de defunción de “Cerino Sanguedolce” y haría valer el testamento. Pero el
                 futuro está aún en manos de los Dioses.
                        Lo que sí podía vender, era la Finca  de Cerrillos, a la que no deseaba
                 conservar ni un minuto más. Escribí, así, a mis abogados de Salta para que la
                 pusiesen de inmediato en venta y la  liquidasen cuanto antes. Seis meses
                 después, en Córdoba, firmé los documentos definitivos de la transacción y recibí

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