Page 750 - El Misterio de Belicena Villca
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me sentía exhausto, psíquica y físicamente agotado. Y todavía faltaban varias
cosas por hacer, asuntos ineludibles que no admitían dilación. Uno de ellos era
consumar la destrucción del coche negro de los asesinos, a fin de evitar el
rastreo policial: mas, para eso, necesitaba contar con la ayuda de Segundo.
Bebí una nueva taza de café y luego me dediqué a echar baldes de agua
jabonosa en el patio, para eliminar las huellas de sangre, precaución que más
que evitar las investigaciones policiales apuntaba a frustrar la acción todavía más
terrible de las moscas tucumanas. Con la luz del día, descubrí junto a un árbol, a
quince pasos de distancia de la puerta de la casa, la chaqueta y todas las armas
de tío Kurt: evidentemente, las había abandonado antes de partir, cuando llamó
silenciosamente a los perros daivas. En ese momento, pensé que mi voluntad se
quebraría nuevamente. Pero me sobrepuse y uní aquellos objetos con el resto de
mi equipo.
Ya no podía continuar vestido de comando, especialmente si habría de
salir fuera de la Chacra, así que me entregué a realizar una prolija inspección del
interior de la casa. Descarté la ropa del indio, por su talla apreciablemente menor
que la mía, y confié en que Noyo Villca tuviese más contextura y se conservase
su ropa. Al fin dí con su habitación, después de pasar por la de la difunta
Belicena, y hallé, en efecto, un ropero surtido: encontré un pantalón vaquero, más
o menos de mi medida, y una camisa semejante. Decidí quedarme con los
borceguíes de Maidana, e hice dos grandes paquetes con las armas y las ropas
de combate: sólo dejé sin envolver las cuatro bombas de trotyl.
En una caja de zapatos, del más vil cartón, deposité el nefasto Dordje, el
Cetro de Poder que Rigden Jyepo le entregara a los Demonios Bera y Birsa,
conjuntamente con los padmas de piedra, los pendientes Esther de
Avalokiteshvara.
Y entonces, cuando hube concluido esos trabajos menores, me dirigí hacia
el coche negro para calmar la comprensible curiosidad que el mismo me
despertara desde el momento que conocí su existencia.
Visto de lejos, no cabían dudas que se trataba de una clásica limusina
norteamericana. Empero, al inspeccionarlo de cerca, surgía la confusión por no
poder establecer ni la marca ni el modelo, como afirmaban los policías de Salta;
porque marca tenía; y bien visible: “Aviant”. Mas ¿quién conocía esa marca? ¿a
qué país pertenecía? De inmediato, me asaltó la sospecha de que el automóvil
no era de este Mundo, que provenía de una Realidad paralela a la nuestra, donde
los “Caballeros” como Bera y Birsa se desplazaban en coches “Aviant”. De
todos modos ¿era realmente un automóvil? Sí, lo era. Un auténtico y excelente
coche de lujo, al parecer recién salido de la fábrica. Levanté el capó y observé un
poderoso motor de ocho cilindros en “V”. Las llaves estaban puestas; le dí
arranque y funcionó sin problemas. Y fue inútil revisar su interior porque los
Demonios no llevaban nada consigo, ni papeles, ni equipaje: nada de nada, lo
que indicaba que no entraba en sus planes la posibilidad de ser detenidos o
interrogados en los caminos; o que no circulaban de ninguna manera por los
caminos y rutas de la civilización humana .
A las 8,30 horas me recosté en un sillón del comedor y dormí sin
sobresaltos hasta las 13,30 horas. Preparé más café, tosté panes, y lo desperté a
Segundo para el tardío desayuno. Se admiró al saber que trabajé toda la noche y
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