Page 751 - El Misterio de Belicena Villca
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que ya no quedaban huellas de la muerte de los asesinos. Mientras bebía un
café, le revisé las heridas; especialmente me interesaban sus pies: estaban muy
hinchados:
–¿Cree que podrá conducir la pick-up? –le pregunté.
–Haré lo que sea necesario –dijo valientemente–. No importa el dolor.
–Será al anochecer –le expliqué–. Tendrá que manejar unos quince o
veinte kilómetros para deshacernos del automóvil de los asesinos. Pero antes le
traeré medicinas y calmantes: sólo dígame donde queda la Farmacia más
cercana.
Quedaba en Tafí del Valle, a cinco kilómetros de distancia. A las 15,
después de asar un pollo y comerlo entre ambos, fui a la Farmacia en la pick-up y
compré la vacuna antitetánica, jeringas, desinflamatorios y calmantes.
A las 19,00 horas salimos de la Chacra. Segundo iria adelante, en la pick-
up, y Yo lo seguiría en el Aviant. Tomaríamos por caminos secundarios,
normalmente intransitados, pues el éxito de la maniobra dependería de que nadie
viese el automóvil negro, nadie que lo pudiese denunciar a la policía; y menos
aún la policía, que ya tendría su descripción.
Pero todo salió bien. Segundo, con los dedos vendados, y descalzo, pues
no podría calzar una alpargata, llevaba con destreza la camioneta en dirección a
la Sierra del Aconquija. Cruzamos el Río Tafí del Valle, el Río Blanco, y entramos
en un camino casi intransitable que subía hasta la cumbre del Cerro La Ovejería.
Tuve que hacer proezas con la enorme limusina para doblar por las agudas
curvas del camino de cornisa. Finalmente, pocos kilómetros antes de la cumbre,
dimos con el lugar ideal: el borde de un abismo de mil metros o más de
profundidad. Allí estacioné el coche negro, mientras Segundo volvía con la pick-
up varios metros hacia atrás: la senda era tan estrecha que tendríamos que
retroceder cientos de metros marcha atrás, hasta hallar un ensanche que nos
permitiese virar.
El regreso de Segundo era necesario para prevenir un posible derrumbe
del camino, que dejase la pick-up aislada e imposibilitada de bajar del Cerro.
Porque Yo planeaba dinamitar el Aviant y eso era muy probable que ocurriera,
como realmente ocurrió.
Derramé el contenido de un bidón de diez litros de gasolina dentro del
coche; programé los detonadores electrónicos con un tiempo de cinco minutos; y
coloqué una bomba sobre el block del motor, otra en el interior de la cabina, otra
en el baúl, y otra debajo del chassis. Acto seguido cerré el capó, las puertas y el
baúl, y corrí hacia la pick-up, que me esperaba cien metros más atrás.
La explosión de los cuatro kilogramos de trotyl fue impresionante en
aquellas montañas generadoras de ecos prolongados. El automóvil jamás sería
encontrado, pues sólo quedaron de él restos diseminados en cientos de metros
de inaccesible precipicio. Cuando cesó la explosión nos acercamos un poco, y
nos aseguramos que así sucedería, pues donde estacionara el coche había
desaparecido el camino, y la avalancha de piedras había arrastrado los restos
más grandes hasta el fondo de la garganta, sepultándolos para siempre.
Permanecí diez días en la Chacra de Belicena Villca, durante los cuales
conversé mucho con Segundo y nos pusimos de acuerdo sobre los pasos futuros.
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