Page 31 - pasaporte a magonia jacques vallee
P. 31

30   JACQUES VALLEE        PASAPORTE  A  MAGONIA                31


 de  estos  sorprendentes  espectáculos?  El  pueblo  creyó  al  punto  Esta  clase  de  relatos  gozaron  de tanto  crédito  durante la  Edad
 que  unos  hechiceros  habían  tomado  posesión  del  Aire  con  el  Medía,  que  el  problema  de  comunicarse  con  los  Elementales  se
 propósito  de  desatar  tempestades  y  atraer  el  granizo  sobre  sus  convirtió  en  la  principal  preocupación  de  los  herméticos  y  de una
 campos.  Los  sabios  teólogos  y juristas  no tardaron  en  compartir  parte  importante  de  su  filosofía.  Paracelso  escribió  todo  un  libro
 la  opinión  de  las  masas.  El  emperador  también  lo  creyó  así,  y  sobre  la  naturaleza  de  estos  seres,  pero  tuvo  buen  cuidado  en  ad-
 esta  ridicula  quimera  llegó  a  tales  extremos  que  el  prudente
 Carlomagno,  y  su  sucesor  Ludovico  Pío,  impusieron  graves  vertir  a  sus  lectores  acerca  de  los  peligros  que  era  tener  tratos
 penas  a  los  sospechosos  de  ser  Tiranos  del  Aire.  Se  encuentra  con  ellos:
 una  relación  sobre  el  particular  en  el  primer  capítulo  de  las
 Capitulares  de  estos  dos  emperadores.  No  quiero  decir  aquí,  a  causa  de  los  males  que  caerían
 Cuando  los  silfos  vieron  al  populacho,  los  pedantes  y  hasta  sobre  quienes  lo  intentasen,  mediante  qué  pactos  es  posible
 las  testas  coronadas  tan  azuzados  contra  ellos,  determinaron  asociarse  con  estos  seres,  ni  gracias  a  qué  pacto  se  nos  apare-
 disipar la mala  opinión que las gentes  tenían  de su inocente  flota  cen  y  nos  hablan.
 llevándose  a  hombres  de  distintas  localidades  y  haciéndoles  ver
 sus  bellas  mujeres,  su  República  y  su  modo  de  gobierno,  para  Y en un tratado titulado «Por qué estos seres se nos aparecen»,
 depositarlos  después  sanos  y  salvos  en  diversas  partes  del  mun-  expuso  la  ingeniosa  teoría  siguiente:
 do.  Pusieron,  pues,  este  plan  en  práctica.  La  gente  que  veía
 descender  a  estos  hombres  acudía  corriendo  de  todas  partes,  Todo  cuanto  es  obra  de  Dios,  tarde  o  temprano  se  manifies-
 convencidos  de  antemano  de  que  eran  brujos  que  se  habían  se-  ta  al  Hombre.  A  veces  Dios  lo  enfrenta  con  el  diablo  y  los  es-
 parado  de  sus  compañeros  para  ir  a  echar  veneno  en  los  frutos  píritus para  convencerle  de  su  existencia.  Desde  lo  alto  del  Cielo
 y  los  manantiales.  Dominados  por  el  frenesí  que  tales  fantasías  envía  también  a  los  ángeles,  sus  servidores.  Así  se  nos  apare-
 les  producían,  apresaban  a  estos  inocentes  y  se  los  llevaban  cen  estos  seres,  no  para  quedarse  entre  nosotros  o  convertirse
 para  someterlos  a  tortura.  Es  increíble  el  número  de  ellos  que  en  nuestros  aliados,  sino  para  que  nosotros  podamos  entender-
 fueron  muertos  por  el  fuego  y  el  agua  en  todo  el  reino.  los.  Ciertamente  estas  apariciones  son  raras.  Mas,  ¿por  qué  no
 Un  día,  entre  otros  casos,  ocurrió  en  Lyon  que  tres  hombres  habían  de  serlo?  ¿No  debe  bastarnos  ver  a  un  solo  ángel  para
 y  una  mujer  fueron  vistos  descender  de  estas  naves  aéreas.  creer  en  todos  los  ángeles?
 Toda  la  ciudad  se  congregó  a  su  alrededor,  gritando  que  eran
 magos  enviados  por  Grimaldo,  duque  de  Benevento,  que  era  Paracelso  nació  alrededor  de  1491,  y  en  ese  mismo  año  Facio
 enemigo  de  Carlomagno,  para  que  destruyesen  las  cosechas  de  Cardan  anotó  su  observación  de  siete  extraños  visitantes,  directa-
 Francia.  Fue  en  vano  que  los  cuatro  inocentes  tratasen  de  justi-  mente  relacionados  con  los  seres  elementales  que  tanto  intrigaban
 ficarse,  diciendo que también ellos eran campesinos, y que habían
 sido  arrebatados  poco  tiempo  antes  por  unos  hombres  milagro-  al  gran  filósofo.  El  incidente  ha  llegado  hasta  nosotros  en  las
 sos  que  les  habían  mostrado  incontables  maravillas,  y  que  tan  obras  de  su hijo, Jerónimo Cardan  (1501-1576), muy conocido como
 sólo  deseaban  relatar  lo  que  habían  visto.  El  enfurecido  popu-  matemático.
 lacho  no  hizo  caso  de  sus  declaraciones,  y  se  disponía  a  arro-  Jerónimo  Cardan  vivía  en  Milán,  donde  no  sólo  era  matemá-
 jarlos  a  la  hoguera  cuando  el  muy  digno  Agobardo,  obispo  de  tico,  sino  también  oculista  y  médico.  En  su  obra  De  Subtilitate,
 Lyon,  que  por  haber  sido  monje  en  aquella  ciudad  gozaba  en  Cardan  explica  que  había  oído  contar  muchas  veces  a  su  padre
 ella  de  una  autoridad  considerable,  acudió  corriendo  al  oír  la  esta  historia,  que  por  último  quiso  que  constara  por  escrito.  He
 algarabía,  y  después  de  escuchar  las  acusaciones  de  las  gentes
 y  la  defensa  de  los  acusados,  dictaminó  solemnemente  que  am-  aquí  su  texto:
 bas  eran  falsas.  Que  no  era  cierto  que  estos  hombres  habían
 caído  del  cielo,  y  que  lo  que  decían  haber  visto  era  imposible.  13  de  agosto  de  1491.  Cuando  hube  efectuado  los  ritos
           acostumbrados,  alrededor  de  la  hora  vigésima  del  día,  siete
 El  pueblo  creyó  más  las  palabras  de  su  buen  pastor  Agobar-
                                                            de
           nombres
                                                               seda,
                                               de
                                                  vestiduras
                                      cubiertos
 do  que  el  testimonio  de  sus  propios  ojos,  depuso  su  enojo,  libe-  parecidas  aparecieron  ante  mí, calzando  zapatos  resplandecientes.
                      togas
                    a
                                   y
                            griegas,
 ró  a  los  cuatro  embajadores  de  los  silfos, y  acogió  con  pasmo el
                                                               cora-
               ropas
 libro  que  escribió  Agobardo  para  confirmar  el  juicio  que  había  Las  parecían que  llevaban  bajo  sus  rutilantes  y  llameantes  gloria
                                         carmesí, y eran
                                                       de
                                                          una
           zas
                           tejidas
                       estar
                                  con hilo
 pronunciado. Así fue invalidado el testimonio de estos cuatro tes-  y  una  belleza  extraordinarias.
 tigos.  15
              Sin  embargo,  no  todos  vestían  de  esta  guisa,  sino  solamente
           dos de ellos, que parecían ser de más noble rango que los demás.
   26   27   28   29   30   31   32   33   34   35   36