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32   JACQUES  VALLEE
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 El  más  alto,  de  tez  rubicunda,  tenía  dos  acompañantes,  y  tres
 el  segundo,  de  tez  más  clara  y  menor  estatura.  Así,  pues,  eran  quien  debo  este  interesantísimo  descubrimiento.  De  haber  vivi-
 siete  en  total.  Mi  padre  no  dijo  si  llevaban  la  cabeza  cubierta.  do  en  el  siglo  xx,  acaso  el  excelso  poeta  y  sabio  alemán  hubiera
 Aunque  tenían  unos cuarenta  años,  no  aparentaban más  de  trein-  tenido  ocasión  de  averiguar  más  cosas  sobre  estas  «criaturas  lu-
 ta.  Cuando  les  preguntó  quiénes  eran,  respondieron  que  eran  cientes».  Si  Paracelso  resucitara,  ¿encontraría  nuevo  pasto  para
 hombres  compuestos  en  realidad  de  aire,  y  sujetos  al  nacimien-  sus  teorías  sobre  la  Naturaleza  en  las  extrañas  y  fugitivas  razas
 to  y a  la  muerte.  Verdad  era  que  sus  vidas  eran  mucho  más  de  seres  celestiales?  Podemos  suponer,  sin  temor  a  equivocarnos,
 largas  que  las  nuestras,  e  incluso  podían  alcanzar  los  trescien-  que  la  atención  de  ambos  se  dirigiría  inmediatamente  hacia  los
 tos  años  de  duración.  Interrogados  acerca  de  la  inmortalidad  de  archivos  donde  figuran  los  casos  de  aterrizaje  de  OVNIS.
 nuestra  alma,  afirmaron  que  no  sobrevive  nada  que  sea  peculiar  En  los  párrafos  siguientes  examinaremos  algunos  casos  recien-
 del  individuo...  Cuando  mi  padre  les  preguntó  por  qué  no  reve-
 laban  tesoros  ocultos  a  los  hombres,  si  sabían  dónde  éstos  se  tes  que  ambos  hubieran  hallado  de  interés.
 encontraban,  respondieron  que  comunicar  estos  conocimientos  ¿Qué  demuestran  estos  casos?  Nada.  Solamente  indican  que,
 a  los  hombres  estaba  prohibido  por  una  ley  particular  y  bajo  si  existió  alguna  vez  una  época  apropiada  para  que  los  hombres
 las  más  graves  penas.  Permanecieron  con  mi  padre  durante  más  de  ciencia  inclinen  con  temor  sus  cabezas  ante  la  variedad  y  el
 de  tres  horas.  Pero  cuando  él  les  preguntó  acerca  del  origen  poder  de  los  fenómenos  naturales  y  la  imaginación  humana,  está
 del  Universo, no  se mostraron  de  acuerdo.  El  más alto  negó  que  en nuestra propia  época  de  tecnología y pensamiento racional,  más
 Dios  hubiese  hecho  el  mundo  desde  la  eternidad.  En  cambio,  que  en  la  confusión  de  las  filosofías  medievales.
 su  compañero  afirmó  que  Dios  lo  creaba  a  cada  instante,  por
 lo  que  si  £1  desistiese  de  hacerlo  un  solo  instante,  el  mundo
 perecería...  Sea  esto  fábula  o  realidad,  así  queda. 16
                                      EL  RETORNO  DE  LOS  HUMANOIDES
 Casi  tres  siglos  después,  en  el  mes  de  setiembre  de  1768,  un
 muchacho  de  dieciséis  años  se  dirigía  a  la  Universidad  de  Leipzig  Una noche  de enero  de  1958, una señora, cuyo nombre no  estoy
 con  otros  dos  pasajeros  de  Frankfurt.  Llovió  durante  casi  todo  el  autorizado  a  publicar,  iba  en  automóvil  por  la  autopista  del  Esta-
 viaje,  y  la  diligencia  subía  penosamente  las  cuestas.  En  una  oca-  do  de  Nueva York.  Se hallaba  en las  cercanías  de  las cataratas  del
 sión  en  que  los  pasajeros  abandonaron  sus  asientos  para  cami-  Niágara,  en  medio  de  una  violenta  ventisca.  La  hora  exacta  era
 nar  detrás  de  los  caballos,  el  muchacho  advirtió  a  nivel  del  suelo  la 1,30 de  la  madrugada.  La  señora  en  cuestión  iba  a  visitar  a  su
 un  extraño  objeto  luminoso.  hijo, que  se hallaba  cumpliendo el  servicio militar,  y  conducía  con
      mucho  cuidado,  buscando  una  salida  de  la  autopista,  pues  creía
 De pronto  vi  al  lado  derecho  del  camino,  en  una  hondonada,  que  ésta  estaba  cerrada  más  adelante.  La  visibilidad  era  pésima.
 una  especie  de  anfiteatro  extrañamente  iluminado.  En  un  espa-  Por  lo  tanto,  apenas  pudo  pensar  cuando  vio  de  pronto  lo  que
 cio  en  forma  de  embudo  brillaban  incontables  luces,  escalona-  de  momento  tomó  por  un  avión  que  se  hubiese  estrellado  en  el
 das  unas  sobre  otras, y  lucían  tan  intensamente  que  casi  se  des-  arcén  central:
 lumbraba  la  vista  al  mirarlas.  Pero  lo  que  más  confundía  la
 mirada  era  que  no  se  estaban  quietas,  sino  que  algunas  salta-  Era  visible  una  forma  de  gran  tamaño,  y  una  delgada  varilla
 ban  de  arriba  abajo,  de  abajo  arriba  y  hacia  los  lados;  sin  em-  que  por  lo  menos  medía  quince  metros  de  altura  aparecía  ilu-
 bargo  la  mayor  parte  alumbraban  tranquilamente.  No  sin  dis-  minada  y  se  iba  acortando,  como  si  se  hundiese  en  el  suelo.
 gusto  me  separé,  llamado  por  mis  compañeros,  de  este  espec-  Mi  motor  aminoró  sus  revoluciones  y  cuando  me  acerqué,  el
 táculo,  que  hubiera  deseado  contemplar  con  mayor  detenimien-  automóvil  terminó  por  pararse  completamente.  El  pánico  se
 to.  A  preguntas  mías,  el  postillón  me  aseguró  que  nada  sabía  apoderó  de  mí  y  me  esforcé  desesperadamente  por  ponerlo  en
 de  semejante  cosa;  pero  luego  dijo  que  había  en  las  cercanías  marcha,  pues,  además,  me  había  quedado  sin  luces.
 una  antigua  cantera,  cuya  parte  central  estaba  llena  de  agua.  Mi  primer  pensamiento  fue  apearme  para  ver  qué  pasaba,
 No  quiero  decidir  aquí  si  se  trataba  de  un  pandemónium  de  pero  vi  de  pronto  alzarse  dos  formas  junto  a  la  fina  varilla,  que
 fuegos  fatuos  o  de  una  congregación  de  criaturas  lucientes.  seguía  acortándose.  Se  hallaban  suspendidas,  pero  se  movían  a
           su  alrededor.  Parecían  animales  con  cuatro  patas  y  un  rabo,
                       antenas
                              delanteras
                   dos
 El  adolescente  en  cuestión  era  Goethe.  Esta  observación  figu-  pero  con Entonces,  antes  de  que bajo  la  cabeza,  como  si  fuesen
                                          pudiera
                                                 tomar
                                                               los
                                                        aliento,
           brazos.
 ra  en  el  libro  sexto  de  su  Autobiografía,  según  Kenneth  Anger,  a
           extraños  seres  desaparecieron,  el  voluminoso  objeto  se  elevó  y
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