Page 129 - Mitos de los 6 millones
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funcionaria para cada doscientas internadas judías, la cuenta es sencilla: eran precisas mil.
                        ¡Mil mujeres guardando un secreto durante seis años! ¡Jesucristo bendito! Creemos que, al
                        igual que en Dachau, en Belsen y; por supuesto en Auschwitz, se han puesto placas
                        conmemorativas de los judíos exterminados en el segundo genocidio de la Historia – el
                        primero fue el de los piel rojas en América del Norte – en Ravensbrück debiera ponerse otra
                        placa con un texto que podría ser el siguiente: «En este lugar, mil abnegadas mujeres
                        guardaron, durante seis años, el secreto de la tortura y el sacrificio de centenares de miles de
                        judías. No dijeron nada – durante seis años – ni a sus familiares, nl a sus amigas o
                        allegadas. No se lo dijeron a nadie, ni lo mencionaron entre ellas mismas, salvo en
                        lenguaje cifrado. ¡Loor a la discreción, de la mujer alemana! Labor omnia vincit».
                              «Holocausto» es un libro milagroso. Pues no sólo se relatan milagros aritméticos,
                        milagros filosóficos ¡Ravensbrück!– y milagros de mala uva (los ciudadanos polacos
                        aplaudiendo a los tiradores de ¿lite de la SS cada vez que cazaban a un judío agazapado en
                        los tejados del ghetto de Varsovia y caía a la calle, página 379) sino que en la última parte
                        de la obra – Finis coronat opus– se expone magistralmente el milagro bélico de los
                        resistentes judíos. En efecto, en el Ghetto de Varsovia, afirma el señor Green, cuatrocientos
                        judíos deamboz sexos y de todas las edades se enfrentaron, e hicieron retroceder varias veces,
                        durante casi un mes, a... siete  mil  Waffen  SS.  Los judíos disponían de palos,
                        cuchillos, armas cortas compradas a soldados alemanes que se dejaban sobornar (y que
                        cuando llegaban al cuartel suponemos le decían al sargento Muller que se habían olvidado el
                        fusil en el cine) y «cockteles Molotof» de fabricación casera. La resistencia polaca, nos dice
                        el señor Green a los absortos lectores de su obra, tenía armamento en cantidad, pero no se
                        fiaba de los moradores del ghetto y sólo una vez les dió seis fusiles... sin municiones.
                        Siete mil contra cuatrocientos, es decir, diecisiete contra uno. Pero hay más. Los diecisiete,
                        eran soldados de élite, y el judio que se les enfrentaba era, a menudo, una mujer, un anciano
                        o un niño. Pero sigue habiendo más. El judío, – o judía – que se enfrentaba a diecisiete
                        adversarios de elite, estaba subalimentado desde hacía tres años; al menos eso nos dice el
                        señor Green en su libro. Y aún sigue habiendo más: los diecisiete Waffen SS contaban con
                        el apoyo de los tanques, la artillería y la aviación.
                              ¿No es milagroso todo esto?
                              A la vista del citado milagro sólo nos queda que lamentar que los judíos no
                        terminaban la guerra mundial en un mes, pues una sencilla regla de tres nos demuestra que
                        si cuatrocientos subalimentados individuos pueden hacer frente a siete mil soldados de elite,
                        los cinco millones de judíos europeos pueden acabar rápidamente con la Wehrmacht, sin
                        necesidad de la inútil ayuda del Tío Sam, ni de John BulI,ni de los «poilus», ni de los
                        «popofs», y aún les sobraría tiempo para trasladarse al Japón – en barcos que se comprarían
                        a capitales de la marina mercante que se dejarían sobornar – y derrotar a los nipones.
                        ¡Lástima que no se les hubiera ocurrido antes! «Holocausto» es, con todo, un libro muy
                        bien hecho, en su género. Es decir, en el género del libro-mazazo, destinado a lavar el
                        cerebro de las masas. En este sentido está, lo confesamos, plenamente logrado su objetivo.
                        La técnica del lavado de cerebro, o técnica publicitaria, se basa en la repetición obsesiva de
                        un slogan, una frase, a ser posible paradójica, pero de fácil captación para todos. Esa frase
                        se incrustará en el cerebro del Hombre-Masa, subproducto deshumanizado de la moderna
                                                                                     le
                        sociedad, ser de «ideas» simples y «necesidades» complicadas. Estas «necesidades» han
                        sido vendidas por la Producción y aquellas «ideas» por el Consumo. El consumismo
                        necesita individuos que no analicen; individuos fáciles, que no hagan preguntas. Individuos
                        que piensen – o se imaginen pensar – lo que  les ha sido introducido, a presión, en sus
                        cerebros. ¿Qué puede hacer un libro, que se limita a señalar flagrantes exageraciones,
                        cuando no puras contraverdades, ante la inundación de libros de grandes tiradas, jaleados por
                        Prensa, Radio y Televisión de todo el mundo? ¿Qué puede hacer nadie ante este
                        desbordamiento aplastante de mentiras, repelidas ad nauseam millones y millones de veces
                        por los mass media y los políticos venales encumbrados por ella? Muy poco, a parte dar

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