Page 126 - Mitos de los 6 millones
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Lógicamente, quien debe mantener a esa ejemplar familia es el papá doctor; la
                        mantiene harto bien, lo repelimos, pues hasta posee un piano de cola, detalle éste que se
                        pormenoriza al menos media docena de veces a lo largo del libro, con el fin –  salta a la
                        vista – de demostrar: (a) que además de amable y compasiva, la familia es cultivada y rica.
                        (b) que los alemanes no judíos son unos pobretones, cuando la simple posesión de un
                        piano (de cola) es restregada tantas veces por las narices del sufrido lector, como signo
                        externo de riqueza. Pues bien, ese papá doctor que, de acuerdo con la lógica narrativa, debe
                        ganarse muy bien la vida, suele olvidarse de cobrar sus honorarios a sus pacientes.
                        ¡Admirable!
                              Junto a esa familia ejemplar aparece otra familia alemana, de extracción no judía, la
                        cual, antes de la guerra, ha sido ayudada por la familia del buen doctor judío. Más tarde, el
                        hijo de esa familia alemana se convierte en un bestial oficial de las SS, motivado por su
                        ambiciosa esposa. Los pobres judíos, familiares del doctor, son enviados a un campo de
                        concentracion y sus vidas están a merced del oficial SS cuya familia fue ayudada tan
                        generosamente por la del doctor. ¡Casualidades de la vida! Indudablemente, si la versión
                        televisiva es digna de la novela, habrá que visualizarla provisto de media docena de
                        pañuelos.  Hemos dicho que «Holocausto» no es un ataque a Alemania, ni siquiera a los
                        Nazis, sino un ataque a toda la Raza Blanca. Si la moda imperante, que ama los
                        eufemismos, prefiere describirlo de otra manera, estamos dispuestos a admitir que no es un
                        ataque a la Raza Blanca (las razas, como se sabe, no existen) sino a «los individuos de
                        pigmenta. ción clara y rasgos caucasianos». Cuando se presentó la serie de televisión ante
                        las pantallas americanas ya se tuvo buen cuidado en precisar que «las escenas descritas en
                        Holocausto sucedieron en Alemania, pero pudieron haber sucedido en cualquier otro lugar
                        civilizado, pudieron haber sucedio aquí, en america». De esta insólitafrase parecería
                        deducirse que para perpetrar las escenas descritas en Holocausto es condición sine qua non
                        ser «civilizado»; en otras palabras, la persecución de los judíos sólo puede elevarse a cabo
                        cuando se posee un cierto grado de civilización, toda vez que a los no civlizados, es decir, a
                        los salvajes, por no se sabe qué oscuras afinidades, los judíos les caen muy bien. Pero
                        mejor será no internarse por los senderos de la Lógica, pues esa rama de la Filosofía está
                        reflida con los autores de ese libro fantástico.
                              En «Holocausto», en efecto, hay para todos. Para los polacos no hay más que
                        alusiones malévolas, incluyendo su antisemitismo, que les llevaba a participar en las
                        persecuciones antijudías (páginas 80 a 84, 188, 352, 356, 357, 379). Los ucranianos no
                        salen mejor parados: «De todas formas, a los ucranianos los judíos les importaban una
                        mierda» (pág. 208). Y los rusos: «Los guerrilleros judíos, en Rusia, siempre se
                        encontraban en movimiento, con el fin de mantenerse fuera del alcance, tanto de los
                        alemanes como de los guerrilleros cristianos (sic) que eran capaces de matar a cualquier
                        guerrillero judío extraviado sin la menor vacilación» (página 250). En la página 353 hay
                        para los lituanos. Y en todo el libro, para los húngaros, los checos, los eslovacos, los
                        letones (que deberían ser, todos, de la SS), los estonianos y, por supuesto, los alemanes.
                              Si dejamos el terreno étnico y noS adentramos en el religioso, el panorama no
                        varía, pues hay – y mucho – contra los católicos. Así, por ejemplo, en la página 142 se
                        afirma: «Cuando se descubrió la matanza (por los Nazis) de las personas inservibles, el
                        Vaticano presentó enérgicas protestas a Berlín. Los religiosos anglicanos hicieron oir
                        también sus voces. Mongólicos, cretinos, idiotas e inválidos son también oriaturas de
                        Dios, según hizó constar el clero. Por consiguiente los alemanes decidieron arrinconar el
                        proyecto eutanasia... Pero cuando se gaseó al pueblo jtdío por millones, el honorable clero
                        no formuló protesta alguna. Ni una palabra siquiera. «Como hemos visto en éste párrafo,
                        hay para los católicos, y, de refilón, para los «religiosos anglicanos». Peroen la página
                        143 se remacha: «Casi todas las iglesias, católicas y protestantes, han optado por apoyar a.
                        los nazis o mostrarse discretamente neutrales», Sólo, a título de excepción – y haciendo


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