Page 128 - Mitos de los 6 millones
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7.920.000, es decir, más ya de los seis millones del Mito clásico, y mucho más que toda la
población judía en Europa entonces... Y, eso, ¡sólo en Auschwitz!... por cuanto en
Sobibor, por ejemplo, se nos cuenta en la página 393, que gaseaban a otros dos mil
diarios, lo que representa la cifra coquetona y suplementaria de 1.320.000. Si a ello
añadimos el millón largo que, según los cronistas judíos más modestos fue ga seado en
Treblinka, los 383.000 (también cifras mínimas) de Buchenwald, el cuarto de millón a que
– tras sucesivas rebajas dignas de un puesto feria – se ha llegado para Dachau, más los
300.000 de Theresienstadt, mencionados en «Holocausto», y considerando igualmente los
sacrificados en Belsen, Mauthausen, Maidanek, Teplice, Dora, Flosenburg, etc, etc, vemos
que la cifra de doce millones de judíos asesinados por los nazis se alcanza fácilmente, Y no
contamos los muertos en la lucha armada en el Ghetto de Varsovia, ni los judíos muertos
en acciones de los guerrilleros, ni tampoco los que fueron alcanzados por los bombardeos de
poblaciones civiles por los Aliados.
Decididamente, el Mito jaleado en «Holocausto» es incompatible con la Aritmética.
Antes de la guerra había en Europa apenas cinco millones de judíos, aún cuando Hitler sólo
pudo tener acceso a dos millones. Dos y medio como máximo. Pero en una moderna
actualizaclón del milagro evangélico de los cinco panes y los doce peces, de cinco millones
los alemanes mataron a doce millones, y todavía sobraron seiscientos mil para instalarse en
Palestina, más los supervivientes que se fueron a otros países y los treinta mil que había en
1948 en Alemania. ¡Admirable!
Se asegura, por otra parte, que el abastecimiento del matadero humano de
Auschwitz lo proporcionaban los ghettos orientales, y sobre todo el de Varsovia. «El plan
era que los ghettos proporcionaran 6.000 judíos diarios (página 323) aunque en la página
337 se asegura: «En la estación se estaban reuniendo los habituales 7.000». ¿Si mandaban
a seis,, o siete mil, cómo se las arreglaban para gasear a doce mil, y sólo en Auschwitz, o
catorce mil, si contamos Sobibor, y nos olvidamos de Treblinka y demás «mataderos»
humanos de la región? Y para colmo, esta perla:
«A su llegada a Auschwitz, mis padres se libraron de una visita inmediata a las
cámaras de gas... La selección se hacía la hacía en la misma estación un oficial dc la SS...
Quienes parecían imposibilitados para trabajar eran enviados inmediatamente a la muerte,.. A
mis padres, que gozaban de buena salud se les condujo a barracones separados A papá lo
destinaron a la enfermería del campo» (página 357).
La pregunta se impone de imnediato: Si pensaban matarlos ¿para qué la enfermería?
¿Para los SS con agujetas, óxhaustos de tanto abrir y cerrar la llave del gas, acaso? Si a los
que llegaban enfermos los gaseaban, ¿por qué a los que enfermaban allí les mandaban a la
enfermería? Esto es un misterio. Uno de los muchos que pululan por ese libro impar. Pero
donde el misterio, el milagro y la magia se dan la mano es en la explicación que el señor
Green da sobre la painificación del genocidio. Ya hemos visto, en las páginas precedentes,
que la versión oficial pretende que toda la gigantesca operación se concibió, se preparó y se
puso en práctica de palabra, y, además, mediante el uso de circunloquios, perífrasis y
eufemismos. Esto era, naturalmente, para guardar el secreto. Así se consiguió guardar el
secreto mejor guardado de la Historia, pues, de no haber sido así, los servicios de
Propaganda de los numerosos países Aliados se hubieran apresurado a airearlo, pues ya es
sabido que en las guerras modernas se presenta siempre al adversario como el villano de la
película. Este secreto debieron guardarlo desde el Führer hasta el último soldadito raso de la
SS, o de la Wehrmacht, encargado de abrir la espita del gas... Zykion B, el letal insecticida.
Oscar Wilde decía que un secreto entre tres equivalía a un anuncio en el periódico, pero es
que el secreto – más aún, el lenguaje secreto, la jerga cifrada empleada por los nazis –
debieron conocerlo, como mínimo, treinta mil personas. Aunque, al menos para nosotros,
donde el milagro resulta más sobrecogedor, es en Ravensbrück. Ravensbrück era un campo
de internamiento de mujeres. Según los más moderados exégetas de la literatura
concentracionaiia habían, allí, 200.000 mujeres. Aún cuando hubiera una sóla guardiana o
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