Page 45 - Mitos de los 6 millones
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                        no es precisamente un nazi,  puede ser significativo que dos rabinos, Weissmandel y
                        Wise, jugaran un papel tan importante – tal como luego veremos – en el nacimiento del
                        mito, y especialmente en la leyenda del campo de Auschwitz.
                              La Biblia y, concretamente, el Antiguo Testamento, está llena de relatos muy
                        seriamente creidos por grandes masas de cristianos y suponemos que por la mayoria de
                        judíos: los tratos y pactos particulares de Jehová con «su» pueblo – Pueblo Elegido – ,
                        regalándole la Tierra de Canáan y prometiéndole que las naciones y reinos que no se
                        sometan a Israel perecerán... «Y tú, lsrael, chuparás la leche de los Gentiles y los pechos de
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                        los Reyes...»;  el episodio del cruce del Mar Rojo, con sus aguas que se separan para que
                        pasen los israelitas y se vuelvan a unir para sepultar al ejército del Faraón persecutor; o el
                        de las murallas de Jericó derrumbándose ante el estruendo de las trompetas judías, o el sol
                        que se para (¡?) al escuchar Jehová la petición que le hace Josué para que este pueda degollar
                        a sus vencidos adversarios antes de que llegue la noche... (¡Admirable!); para no hablar del
                        «maná» en el desierto, de la inaudita pelea entre David y Goliat (probablemente un ingenuo
                        atleta que se presentó al combate y fué sorprendido por una pe drada del mequetrefe David);
                        o del «ángel exterminador» mandado por Jehová atendiendo la demanda de Moisés, para que
                        ejecutara con su espada, con predemitación y alevosía y nocturnidad, a los primogénitos de
                        cada una de las familias egipcias; curioso ángel éste, que descubría a los primogénitos sin
                        ayuda pero en cambio necesitaba que los judíos le indicaran previamente las casas en que
                        vivían egipcios, mediante una seftal, trazada con sangre de cordero en la puerta de las
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                        mismas.
                              Esta estupenda colección de incongruencias la han creído – y muchos, aún la creen
                        – docenas de millones de personas de todas las épocas. La doctrina de consenso general,
                        empero, no le ha proporcionado ni un átomo de verdad. El último reducto de la objección
                        consiste en lo que podríamos llamar «formulación humanitaria». Tras un sin fin de
                        argumentos y de cifras, el bien pensante, que se aferra al mito de los seis millones como un
                        náufrago a un salvavidas, exclama: «Bien. Tal vez no fueron seis millones, pero sólo con
                        que hubiera sido uno, ello constituiría un crimen horrendo». Estamos completamente de
                        acuerdo en que todo homicidio injustificado es un horrendo crimen, pero aún vamos más
                        allá: creemos que todos los homicidios injustificados – tanto si se trata de judíos como si
                        se trata de «gentiles» – lo son igualmente. Y, aparte de que si «sólo fué uno», ya va siendo
                        hora de que se diga, queremos insistir en que el objetivo de la presente obra es demostrar
                        que el mito de los seis millones es completamente falso y que, en todo caso, los que
                        murieron no fué a causa de unas medidas derivadas de una política oficial del III Reich, sino
                        que los avatares de la guerra y de las condiciones generales de vida en los campos de
                        concentración, tema del que vamos a ocuparnos a continuación.
                              En un principio, la propaganda de los vencedores pretendió que, todos o casi todos,
                        los campos de concentración en territorio controlado por los alemanes habían sido campos
                        de exterminio de judíos y de otros grupos raciales halógenos, como los gitanos. El
                        «Congreso Mundial judío», que admitió en 1948, que tuvo el monopolio de la preparación
                        de las «pruebas» de las atrocidades nazis exhibidas en el Proceso de Nuremberg presentó –
                        tanto en el aludido Proceso como en casi todas las salas cinematográficas del mundo –
                        docenas de películas en las que se mostraba el estado de los campos a la llegada de los
                        libertadores Aliados. Tal vez el film más conocido de los muchos exhibidos fue el que
                        presentaba atroces escenas en el campo de Buchenwald. Durante cuatro años este film fué
                        pasado en los cinematógrafos de los cinco continentes, como preludio de interminables
                        colectas destinadas a aliviar la suerte de los pobres supervivientes y de los parientes de los
                        muertos. Hasta que un buen día se demostró que tal film había sido tomado por orden de las

                        1   Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieth Century».
                        2   Libro de Isaías: LX, 10, 12– 16.
                        3   Exodo, XII, 21 a 34.

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