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EL EGIPTO SUPERIOR 177
como alejarse de ella dejando más ó ménos extensas planicies, á cuyo cultivo atiende
cuidadoso el habitante de las numerosas aldeas que en medio de ellas se levantan. Los
campos, las cabañas, los grupos de peñascos, las islas existentes en el rio, las siluetas de las
palmeras y sicómoros, los barcos cuyas velas infla el viento, las norias y las grúas que
doquiera se convierta la mirada pueden distinguirse, sucédense incesantemente y se asemejan
de tal modo, que sin mayor dificultad podrían confundirse unos con otros, y sin embargo, la
atención no se cansa nunca, pues en ninguna parte del mundo pueden disfrutarse ni la
intensa luz, ni los brillantes colores que tiñen este valle y esas montañas, lo mismo entre
las brumas del amanecer, que en el esplendor del medio dia; en las horas del crepúsculo, en
TURRA
que el sol en el ocaso convierte el firmamento en dosel de escarlata, que en las tranquilas
horas de las frescas noches en que Véspero, cual luna en miniatura, y la misma luna con
luz plácida argentada, y los astros y los planetas, fulgurando con maravilloso brillo,
y
iluminan la azulada inmensidad de la bóveda celeste. Ni nada puede concebirse más variado
que el aspecto y el movimiento de los hombres en las aldeas v en la» ciudade» que \isitaroo»,
en las cuales las obras de los faraones , de los griegos , de los romanos , que tanto atractivo
ofrecen al amante de la historia, nos ofrecen emociones siempre gratas y siempre nuevas.
Durante las primeras horas del viaje lo que principalmente solicita nuestras miradas, son
las pirámides j pero las conocemos de hace mucho tiempo, y preferimos convertirlas á la
orilla derecha, en la cual distinguimos las aldeas de Turra v Masarah, detrás de la» cuales v
sirviéndoles de fondo, levántanse las colinas que proporcionaron los materiales indispensables
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EGIPTO. TOMO II.