Page 366 - Orgullo y prejuicio
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Y como daba la casualidad de que Elizabeth lo creía muy
inconveniente, en su contestación trató de poner fin a todo ruego y sueño de
esa índole. Pero con frecuencia le mandaba todas las ayudas que le permitía
su práctica de lo que ella llamaba economía en sus gastos privados. Siempre
se vio que los ingresos administrados por personas tan manirrotas como
ellos dos y tan descuidados por el porvenir, habían de ser insuficientes para
mantenerse. Cada vez que se mudaban, o Jane o ella recibían alguna súplica
de auxilio para pagar sus cuentas. Su vida, incluso después de que la paz les
confinó a un hogar, era extremadamente agitada. Siempre andaban
cambiándose de un lado para otro en busca de una casa más barata y
siempre gastando más de lo que podían. El afecto de Wickham por Lydia no
tardó en convertirse en indiferencia; el de Lydia duró un poco más, y a
pesar de su juventud y de su aire, conservó todos los derechos a la
reputación que su matrimonio le había dado.
Aunque Darcy nunca recibió a Wickham en Pemberley, le ayudó a
progresar en su carrera por consideración a Elizabeth. Lydia les hizo alguna
que otra visita cuando su marido iba a divertirse a Londres o iba a tomar
baños. A menudo pasaban temporadas con los Bingley, hasta tan punto que
lograron acabar con el buen humor de Bingley y llegó a insinuarles que se
largasen.
La señorita Bingley quedó muy resentida con el matrimonio de Darcy,
pero en cuanto se creyó con derecho a visitar Pemberley, se le pasó el
resentimiento: estuvo más loca que nunca por Georgiana, casi tan atenta con
Darcy como en otro tiempo y tan cortés con Elizabeth que le pagó sus
atrasos de urbanidad.
Georgiana se quedó entonces a vivir en Pemberley y se encariñó con su
hermana tanto como Darcy había previsto. Las dos se querían tiernamente.
Georgiana tenía el más alto concepto de Elizabeth, aunque al principio se
asombrase y casi se asustase al ver lo juguetona que era con su hermano;
veía a aquel hombre que siempre le había inspirado un respeto que casi
sobrepasaba al cariño, convertido en objeto de francas bromas. Su
entendimiento recibió unas luces con las que nunca se había tropezado.
Ilustrada por Elizabeth, empezó a comprender que una mujer puede tomarse