Page 37 - Orgullo y prejuicio
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conversación,  ni  estilo,  ni  gusto,  ni  belleza.  La  señora  Hurst  opinaba  lo

                mismo y añadió:
                     ––En  resumen,  lo  único  que  se  puede  decir  de  ella  es  que  es  una
                excelente  caminante.  Jamás  olvidaré  cómo  apareció  esta  mañana.

                Realmente parecía medio salvaje.
                     En  efecto,  Louisa.  Cuando  la  vi,  casi  no  pude  contenerme.  ¡Qué

                insensatez venir hasta aquí! ¿Qué necesidad había de que corriese por los
                campos  sólo  porque  su  hermana  tiene  un  resfriado?  ¡Cómo  traía  los

                cabellos, tan despeinados, tan desaliñados!
                     ––Sí. ¡Y las enaguas! ¡Si las hubieseis visto! Con más de una cuarta de

                barro.  Y  el  abrigo  que  se  había  puesto  para  taparlas,  desde  luego,  no
                cumplía su cometido.
                     ––Tu retrato puede que sea muy exacto, Louisa ––dijo Bingley––, pero

                todo eso a mí me pasó inadvertido. Creo que la señorita Elizabeth Bennet
                tenía un aspecto inmejorable al entrar en el salón esta mañana. Casi no me

                di cuenta de que llevaba las faldas sucias.
                     ––Estoy  segura  de  que  usted  sí  que  se  fijó,  señor  Darcy  ––dijo  la

                señorita Bingley––; y me figuro que no le gustaría que su hermana diese
                semejante espectáculo.

                     ––Claro que no.
                     ––¡Caminar tres millas, o cuatro, o cinco, o las que sean, con el barro
                hasta los tobillos y sola, completamente sola! ¿Qué querría dar a entender?

                Para mí, eso demuestra una abominable independencia y presunción, y una
                indiferencia por el decoro propio de la gente del campo.

                     ––Lo  que  demuestra  es  un  apreciable  cariño  por  su  hermana  ––dijo
                Bingley.

                     ––Me temo, señor Darcy ––observó la señorita Bingley a media voz––,
                que esta aventura habrá afectado bastante la admiración que sentía usted por

                sus bellos ojos.
                     ––En absoluto ––respondió Darcy––; con el ejercicio se le pusieron aun
                más brillantes.

                     A esta intervención siguió una breve pausa, y la señora Hurst empezó de
                nuevo.
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