Page 32 - Orgullo y prejuicio
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––Pero querida, tu padre no puede prestarte los caballos. Me consta. Se
necesitan en la granja. ¿No es así, señor Bennet?
––Se necesitan más en la granja de lo que yo puedo ofrecerlos.
––Si puedes ofrecerlos hoy ––dijo Elizabeth––, los deseos de mi madre
se verán cumplidos.
Al final animó al padre para que admitiese que los caballos estaban
ocupados. Y, por fin, Jane se vio obligada a ir a caballo. Su madre la
acompañó hasta la puerta pronosticando muy contenta un día pésimo.
Sus esperanzas se cumplieron; no hacía mucho que se había ido Jane,
cuando empezó a llover a cántaros. Las hermanas se quedaron intranquilas
por ella, pero su madre estaba encantada. No paró de llover en toda la tarde;
era obvio que Jane no podría volver...
––Verdaderamente, tuve una idea muy acertada ––repetía la señora
Bennet.
Sin embargo, hasta la mañana siguiente no supo nada del resultado de
su oportuna estratagema. Apenas había acabado de desayunar cuando un
criado de Netherfield trajo la siguiente nota para Elizabeth:
Mi querida Lizzy:
No me encuentro muy bien esta mañana, lo que, supongo, se
debe a que ayer llegue calada hasta los huesos. Mis amables
amigas no quieren ni oírme hablar de volver a casa hasta que no
esté mejor. Insisten en que me vea el señor Jones; por lo tanto, no os
alarméis si os enteráis de que ha venido a visitarme. No tengo nada
más que dolor de garganta y dolor de cabeza. Tuya siempre,
Jane
––Bien, querida ––dijo el señor Bennet una vez Elizabeth hubo leído la
nota en alto––, si Jane contrajera una enfermedad peligrosa o se muriese
sería un consuelo saber que todo fue por conseguir al señor Bingley y bajo
tus órdenes.