Page 40 - Orgullo y prejuicio
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––Creo que sí. Ahora será de la estatura de la señorita Elizabeth Bennet,
o más alta.
––¡Qué ganas tengo de volver a verla! Nunca he conocido a nadie que
me guste tanto. ¡Qué figura, qué modales y qué talento para su edad! Toca
el piano de un modo exquisito.
––Me asombra ––dijo Bingley–– que las jóvenes tengan tanta paciencia
para aprender tanto, y lleguen a ser tan perfectas como lo son todas.
––¡Todas las jóvenes perfectas! Mi querido Charles, ¿qué dices?
––Sí, todas. Todas pintan, forran biombos y hacen bolsitas de malla. No
conozco a ninguna que no sepa hacer todas estas cosas, y nunca he oído
hablar de una damita por primera vez sin que se me informara de que era
perfecta.
––Tu lista de lo que abarcan comúnmente esas perfecciones ––dijo
Darcy–– tiene mucho de verdad. El adjetivo se aplica a mujeres cuyos
conocimientos no son otros que hacer bolsos de malla o forrar biombos.
Pero disto mucho de estar de acuerdo contigo en lo que se refiere a tu
estimación de las damas en general. De todas las que he conocido, no puedo
alardear de conocer más que a una media docena que sean realmente
perfectas.
––Ni yo, desde luego ––dijo la señorita Bingley.
––Entonces observó Elizabeth–– debe ser que su concepto de la mujer
perfecta es muy exigente.
––Sí, es muy exigente.
––¡Oh, desde luego! exclamó su fiel colaboradora––. Nadie puede
estimarse realmente perfecto si no sobrepasa en mucho lo que se encuentra
normalmente. Una mujer debe tener un conocimiento profundo de música,
canto, dibujo, baile y lenguas modernas. Y además de todo esto, debe
poseer un algo especial en su aire y manera de andar, en el tono de su voz,
en su trato y modo de expresarse; pues de lo contrario no merecería el
calificativo más que a medias.
––Debe poseer todo esto ––agregó Darcy––, y a ello hay que añadir
algo más sustancial en el desarrollo de su inteligencia por medio de
abundantes lecturas.